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martes, 7 de diciembre de 2010

El lamento de Pablo Sirven

La batalla cultural que se viene librando en nuestro país desde hace siete años acerca del periodismo, va inclinando el combate hacia el desenmascaramiento de los pretendidos medios independientes, portadores de una pretendida objetividad ahora cuestionada.


Pablo Sirven es un periodista dedicado a la crítica de los espectáculos y que últimamente incursiona en temas más generales siempre fiel a sobreactuar la línea editorial de su medio. Tiene varios libros publicados como “Breve historia del espectáculo en la Argentina”, “La mirada incandescente” y algunos en coautoría, entre otros con Carlos Ulanovsky como “ Siempre los escucho” y con éste último y Silvia Itken “ Estamos en el aire”.

El lamento de Pablo Sirven, su desgarro profundo, está reflejado en su artículo en la tribuna de doctrina del 29 de noviembre bajo el título de “ El nuevo periodismo militante” donde escribió : “Tal fue la salva de escupitajos conceptuales que han mantenido sobre la expresión "periodismo independiente" que hoy ya son pocos los que se atreven a seguir usándola.” No fueron los escupitajos conceptuales Pablo, los que inclinan el terreno: es la flagrante mentira lo que está siendo triturada. Pero dejemos que el escriba mitrista diferencie al periodista independiente del militante.

“Pero no les alcanza: ahora van por más. Ya hace rato que expresan su ateísmo en torno a la existencia de la objetividad y su afán por descentrar de manera bastante grosera la postura apartidaria que procuran tener los "periodistas profesionales" en el ejercicio de su actividad, en contraposición con quienes se vienen reivindicando con orgullo como "periodistas militantes…….¿Cuál sería la diferencia entre un "periodista militante" y un "periodista profesional"? El primero antepone su ideología a la información, a la que interpreta a través de aquélla. Cualquier noticia debe servir, antes que nada, a la "causa". Lo demás se descarta o minimiza. Esto sucede, hasta las últimas consecuencias, en los regímenes totalitarios donde se publica exclusivamente aquello que es útil al gobierno y se silencia por completo a los que no se disciplinan verticalmente al "pensamiento único".

El "periodista profesional", aunque tenga ideología, de todos modos tratará de dejarla a un lado y procurará abordar la noticia sin preconceptos, tratando de mostrar sus múltiples matices y contradicciones. Naturalmente, se trata de una persona y como tal no está exenta de pasiones y puede equivocarse. Por otra parte, se expresará dentro de los márgenes de la política editorial de la empresa periodística donde se desempeña.”

Es difícil encontrar un periodismo más militante que el desarrollado por el diario La Nación desde su fundación, precisamente uno de los medios que posa como emblema del periodismo independiente. Su fundador Bartolomé Mitre fue el representante de los comerciantes del puerto de Buenos Aires que resultó triunfador en los 60 años de guerras civiles. Fue el que arrasó con los caudillos norteños como Felipe Varela y el Chacho Peñaloza. Sus coroneles como Sandes, Irrazábal, Paunero, fueron adelantados en sus crueldades a los que practicaron los esbirros del terrorismo de estado en la dictadura establishment militar de 1976 a 1983. Una anécdota contada por Miguel Hernández en su libro “Vida del Chacho” y recogida por Vicente Massot, colaborador de La Nación y justificador del terrorismo de estado en su libro “Matar y morir” aclara con precisión los tantos: “A las cinco de la tarde, poco más o menos, el dueño de los llanos de la Rioja, Ángel Vicente Peñaloza, y todos sus jefes y oficiales, se presentaron en el campamento de Rivas. Con ellos estaban Bedoya y Recalde, los enviados de Paunero. Peñaloza entregó sus armas y todos los prisioneros que tenía. Antes de hacerlo, el caudillo riojano preguntó a los mitristas si los habían tratado bien. Le contestó un coro: “¡ Viva el general Peñaloza!.....Entonces, como era lógico, el Chacho reclamó sus prisioneros. Ningún jefe del ejército nacional se animó a confesar que habían sido fusilados sin juicio ni misericordia.”

Como la historia es una película y no una mera sucesión de fotos, no puede extrañar que mucho años después los herederos de Mitre instigaran y justificaran el terrorismo de estado. Es en ese escenario, Pablo, que tu pecho se inflama de entusiasmo cuando aludís a la ética, la moral republicana, a la democracia, al estado de derecho y a la división de poderes.

Mitre fue el que condujo los ejércitos de la Triple Infamia que destruyó al Paraguay después de perpetrar un genocidio. A la finalización de la guerra, el regreso del ejército triunfante fue la causa de un gigantesco brote de fiebre amarilla. Al poco tiempo el general que comandó las fuerzas vencedoras fundó el diario La Nación, que sería el guardaespaldas de sus infamias. Escribió y falsificó la historia oficial, que fue la que testimonió la visión de los triunfadores en las guerras civiles. Su coherencia política es irreprochable: crítico de los gobiernos populares, apoyó los golpes de 1930, 1955, 1966, y 1976. En cambio, en el terreno económico su discurso más que centenario abdicó ante sus intereses privados. Predicador de la libre competencia, no tuvo empacho de tener con Clarín, el monopolio de Papel Prensa. Antes que asumiera Néstor Kirchner, uno de sus máximos directivos, Claudio Escribano le presentó un pliego de condiciones que debía cumplir bajo apercibimiento que de no hacerlo, su gobierno no duraría un año. El santacruceño hizo lo contrario a lo intimidado y La Nación inició una cruzada para castigarlo, abdicando de las más elementales prácticas periodísticas para hacer realidad aquella promesa.

Con esta historia: ¿dónde está el periodismo profesional que define Sirven? Es ese profesionalismo el que omite la muerte de Perón entre los acontecimientos relevantes en el libro editado por Planeta en el año 1998 llamado “La Nación: los grandes sucesos del siglo a través de sus primeras páginas” prologado por José Claudio Escribano cuya primera frese dice: “La primera plana es la gran vidriera de un diario.”

¿No es precisamente la quintaesencia del periodismo militante que siempre ejerció La Nación?

See full size image En su retroceso, un apabullado Sirven, contra las cuerdas, escribe la única frase fidedigna que autodemuele su argumentación: “Por otra parte, ( el periodista independiente y profesional) se expresará dentro de los márgenes de la política editorial de la empresa periodística donde se desempeña.”

Paseándose groggy por el cuadrilátero, el lamento de Sirven, intenta conmover al jurado con una pregunta donde se mezcla una sospechosa ingenuidad y una descarada provocación:

“¿Qué es la prensa? ¿Qué es lo que se quiere sugerir con el "poder de la prensa"? ¿Omnipotencia, objetividad, chantaje? ¿Es la prensa una institución social o es tan sólo un grupo de compañías comerciales con intereses concretos y cartelizados que venden noticias como podrían vender autos, ropa o comida?”

La prensa hegemónica es la última reserva del poder concentrado, una vez que los militares en su desprestigio, dejaron de cumplir el papel que en la mayoría de los casos le asignaron: ser la espada sin cabeza de los poderosos.

Un diario como Clarín es sólo el buque insignia de un conglomerado enorme de negocios en donde el periodismo es una forma de conseguir nuevos emprendimientos o garantizar la permanencia de los obtenidos. En varios de esos contubernios empresariales como Expoagro, están asociados los dos diarios principales de la Argentina. Las noticias se venden, o se omiten conforme a los intereses generales del medio.

Sirven no los ignora y sin embargo enarbola un discurso acrítico y virginal que demuestra una hipocresía que hasta hace pocos años circulaba como postulado de verdad. El lamento de Sirven es que se ha destapado lo que en general permanecía oculto. Y él era y es un actor secundario pero no por eso menos cómplice de esa falsedad.

Su desgarramiento es una sensacional actuación actoral sincera, pero tan sobreactuada, que caería bajo la lupa crítica de cualquier cronista del espectáculo. Y lo paradojal es que esa es su especialidad. Lo que en este caso llega a desmentir aquella ingeniosa sentencia que un mal director de cine o de teatro puede llegar a ser un buen crítico de esas artes, de la misma manera que un mal vino puede llegar a ser un buen vinagre.

El lamento de Pablo Sirven es una poderosa contribución a poner las cosas en claro, aunque, vaya paradoja, su objetivo haya sido precisamente el contrario




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