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miércoles, 29 de diciembre de 2010

El subcomandante Marcos y su lucha por los derechos de las comunidades indígenas de Felipe Pigna





El 1º de enero de 1994 el subcomandante Marcos, al frente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se levantó en armas contra el estado mexicano en defensa de las comunidades indígena de Chiapas. A continuación transcribimos un fragmento del líder donde explica los problemas que debe enfrentar esa región.



Fuente: Cartas y Manifiestos, Subcomandante Marcos, Editorial Planeta, 1998



Chiapas posee 75.634 kilómetros cuadrados, unos 7,5 millones de hectáreas; ocupa el octavo lugar en extensión y tiene 111 municipios organizados para el saqueo en nueve regiones económicas. Aquí se encuentra, del total nacional, el 40 por ciento de las variedades de plantas, el 36 por ciento de los mamíferos, el 34 por ciento de los anfibios y reptiles y el 66 por ciento de las aves, el 20 por ciento de los peces de agua dulce y el 80 por ciento de las mariposas. El 9,7 por ciento de la lluvia de todo el país cae sobre estas tierras. Pero la mayor riqueza de la entidad son los 3,5 millones de chiapanecos, de los cuales las dos terceras partes viven y mueren en el medio rural. La mitad de los chiapanecos no tienen agua potable y dos tercios no tienen drenaje. El 90 por ciento de la población en el campo tiene ingresos mínimos o nulos.



La comunicación es una grotesca caricatura para un estado que produce petróleo, energía eléctrica, café, madera y ganado para la bestia hambrienta. Sólo las dos terceras partes de las cabeceras municipales tienen acceso pavimentado, 12.000 comunidades no tienen más comunicación que los centenarios caminos reales. La línea del ferrocarril no sigue las necesidades del pueblo chiapaneco sino las del saqueo capitalista desde los tiempos del porfirismo. La vía férrea que sigue la línea costera (sólo hay dos líneas: la otra atraviesa parte del norte del estado) data de principios de siglo y su tonelaje es limitado por los viejos puentes porfiristas que cruzan las hidrovenas del sureste. El único puerto chiapaneco, Puerto Madero, es sólo una puerta más de salida para que la bestia saque lo que roba.



¿Educación? La peor del país. En primaria, de cada 100 niños 72 no terminan el primer grado. Más de la mitad de las escuelas no ofrecen más que el tercer grado y la mitad sólo tiene un maestro para todos los cursos que imparten. Hay cifras muy altas, ocultas por cierto, de deserción escolar de niños indígenas debido a la necesidad de incorporar al niño a la explotación. En cualquier comunidad indígena es común ver a niños en las horas de escuela cargando leña o maíz, cocinando o lavando ropa. De 16.058 aulas que había en 1989, sólo 1.096 estaban en zonas indígenas.



¿Industria? Vea usted: el 40 por ciento de la “industria” chiapaneca es de molinos de nixtamal, de tortillas y de muebles de madera. La gran empresa, el 0,2 por ciento, es del Estado mexicano (y pronto del extranjero) y la forman el petróleo y la electricidad.



La mediana industria, el 0,4 por ciento, está formada por ingenios azucareros, procesadoras de pescados y mariscos, harina, calhidra, leche y café. El 94,8 por ciento es microindustria.



La salud de los chiapanecos es un claro ejemplo de la huella capitalista: un millón y medio de personas no disponen de servicio médico alguno. Hay 0,2 consultorios por cada mil habitantes, cinco veces menos que el promedio nacional: hay 0,3 camas de hospital por cada mil chiapanecos, tres veces menos que en el resto de México; hay un quirófano por cada 100.000 habitantes, dos veces menos que en el país; hay 0,5 médicos y 0,4 enfermeras por cada mil personas, dos veces menos que el promedio nacional.

Salud y alimentación van de la mano en la pobreza. El 54 por ciento de la población chiapaneca está desnutrida, y en la región de los altos y la selva este porcentaje de hambre supera el 80 por ciento. El alimento promedio de un campesino es: café, pozol, tortilla y frijol.



Todo esto deja el capitalismo en pago por lo que se lleva...



Esta parte del territorio mexicano, que se anexó por voluntad propia a la joven república independiente en 1824, apareció en la geografía nacional hasta que el boom petrolero recordó a la nación que había un sureste (en el sureste está el 82 por ciento de la capacidad instalada de la planta petroquímica de Pemex); en 1990 las dos terceras partes de la inversión pública en el sureste fue para energéticos. Pero este estado no responde a modas sexenales, su experiencia en saqueo y explotación se remonta desde siglos atrás. Igual que ahora, antes fluían a las metrópolis, por las venas del saqueo, maderas y frutas, ganados y hombres. A semejanza de las repúblicas bananeras pero en pleno auge del neoliberalismo y las “revoluciones libertarias”, el sureste sigue exportando materias primas y mano de obra y, como desde hace 500 años, sigue importando lo principal de la producción capitalista: muerte y miseria.



Un millón de indígenas habitan estas tierras y comparten con mestizos y ladinos una desequilibrada pesadilla: aquí su opción, 500 años después del “encuentro de dos mundos”, es morir de miseria o de represión. El programa de optimización de la pobreza, esa pequeña mancha de socialdemocracia que salpica ahora al Estado mexicano y que con Salinas de Gortari lleva el nombre de Pronasol, es una caricatura burlona que cobra lágrimas de sangre a los que, bajo estas lluvias y soles, se desviven.


Miércoles, 29 de diciembre de 2010











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