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lunes, 30 de agosto de 2010

“A mi marido lo mataron por Papel Prensa”, asegura Lidia Papaleo

DESPUÉS DE 34 AÑOS, ACEPTÓ DAR UNA ENTREVISTA POR PRIMERA VEZ

“A mi marido lo mataron por Papel Prensa”, asegura Lidia Papaleo

Publicado el 29 de Agosto de 2010

La viuda de David Graiver responsabiliza a Héctor Magnetto: “Tenía la mirada de un tipo poseído, violento.” “Jamás fui libre. Vivía con pánico y creo que todavía me pueden matar”,asegura. Cómo es el vínculo con su hija y su cuñado. 
 
Tiene las manos delicadas. Cuidadas. Con intensidad, casi las entrelaza alrededor de la taza de té. Toma un sorbo. Otro. Y otros tantos a lo largo de las más de dos horas de entrevista. Lo hace de a poco. Sin apuro. Con una serenidad meditada, que no tuvo el 16 de septiembre de 1976, cuando bajó del avión abrazando, con esas mismas manos, no una taza, sino una urna. Llevaba las cenizas de David Graiver. El gran amor de su vida había quedado reducido a cenizas cuando el avión en que viajaba se había estrellado en México, el 7 de agosto de ese año. “Fue un atentado. Estos tipos le han pedido a la CIA que lo limpien”, dispara, segura.
“Mi mamá, que conocía muy bien nuestro amor, pensó que yo me iba a querer matar. Entonces, me trajo a la gente de la Cruz Roja, que me enchufa medicación. En el velatorio me tiré dormida abajo el cajón, estaba totalmente descolocada. No podía entender, no había explicación. Los dos teníamos una absoluta idolatría por nuestra hija, y sin duda esa fue la bandera de la que me agarré para vivir. Y para que mi hija tuviera, me lo prometí, la verdad acerca de su padre yo iba a seguir”.

-Su hija María Sol es la misma que hoy pide que no la involucren con Papel Prensa y que desmiente sus dichos.
-En el Consejo de Guerra, cuando terminé y me permitieron hablar sola, dije que estaba orgullosa de mi marido y “por el fruto se conocerá al árbol”. Y que el fruto de nuestro amor, nuestra hija, iba a ser como nosotros, pero me equivoqué.

Está sentada a la cabecera de una mesa de oficina para ocho personas. Maneja los tiempos. Sus tiempos. Ya no siente ese miedo que se mimetiza en la piel. Siente fuerza. Arrojo para llegar a la verdad. Su verdad. “Esta es una historia de amor. Cuando yo presiento la ternura en el hombre, a mí me conmueve. Es como tocarle el corazón. David era un hombre tremendamente tierno. Dormíamos de la mano, y el gordo, que era enorme y se me venía encima…Él me había prometido que se dedicaba cinco años más a ser empresario y, después de eso, iba a ser historiador económico de la Argentina. Pero quería hacerlo con libertad y para eso no iba a vivir en la Argentina. No sé si lo hubiera hecho... Éramos cómplices”, asegura.
“Es una historia de amor”, insiste. Atravesada por una intriga familiar, dinero, poder, crímenes de lesa humanidad, despojos económicos, torturas, desaparición y asesinatos. Una historia de amor como, tal vez, no haya otra. Signada por un crimen casi 16 años después de nacer: Lidia tenía 14 años cuando lo conoció y 30 cuando murió. “Su muerte fue como quedarme sin piel”.

–¿Por qué cree que lo asesinaron?
–Porque murió de la forma más estúpida, contra un cerro, con un avión al que no le andaba el altímetro. Además, días antes, un hombre mexicano Gabriel Alarcón muy poderoso que tenía un diario (El Heraldo), le dice a David: “Tu debes vender Papel Prensa, porque te va a costar la vida.” Y yo, que lo único que sabía era que un mes antes había visto sobre un escritorio un logo precioso de papel y preguntado qué era. Me dijo: “es una fábrica de papel”.  Salimos del almuerzo y le pregunté a David: “¿qué es esto que te dijo Alarcón?” Y David lo menospreció. Dijo que Alarcón estaba preocupado por algo sin sentido: “viste cómo son los mexicanos”, me dijo. Y yo, cuando desaparece el avión, estando en pista, lo primero que hago es llamarlo a Alarcón. Le digo llorando que el avión había perdido contacto y él me dijo: “Lidia, con el primer rayo de sol yo salgo a buscarlo.”
–¿Alguna vez entendió por qué lo mataron por Papel Prensa?
–No, nunca entendí. Yo supe. Yo no tuve dudas. Nunca. Papel Prensa significaba tener el monopolio del papel en el país, si no era manejado correctamente. La intención de David no era la de un monopolio, y por eso la forma en que él distribuye las acciones. Era muy fuerte que tuviera  un canal, que tuviera un diario, una productora de cine y otras cosas. Él apostaba a los medios de comunicación en una forma absoluta.
–Cuando llegó a la Argentina desde México, ¿qué situación vivió?
–La peor etapa. Yo empecé por recibir amenazas inmediatamente después de morir David en agosto de 1976. Y tuve que esperar tres días. Primero tuve que esperar tres días para que el Ejército encontrara el cuerpo. Empezó a haber llamados en México tres o cuatro días después de la muerte de David. Primero, molestando. Después, para decir que teníamos que desaparecer, desprendernos de todo y desaparecer, que íbamos a morir todos. Nadie decía quién era. Después, alguien se presentó como representante sindicalista: “ustedes tienen una deuda, paguen ya”, decía. También hubo una llamada de Montoneros, o eso dijeron. Y me volví a la Argentina. En los Estados Unidos, adonde tuve que ir, me decían que no me volviera, que la situación no estaba dada, pero yo tenía a mi hermano Osvaldo preso, a mi padre imputado y quería estar con mi familia. “Además, ¿por qué razón?”, me preguntaba. “Yo no hice nada malo.” Y volví.
–¿Qué pasó cuando volvió?
–Empecé a ir a la oficina. La segunda persona de David, hacía mucho tiempo, era Jorge Rubinstein. Uno de los primeros días de noviembre, estábamos en la oficina, era tarde. Le pregunto cómo se iba a ir tan tarde. “Porque no voy a manejar más, me tomo un remís.” Nunca llegó a la casa. Lo agarró un vehículo grande allá por la mitad del trayecto, por City Bell, Villa Elisa, al medio. Milagrosamente vivió. No sé qué pasó con el chofer. Pedimos explicaciones en la policía. Nadie dijo nada. Fue internado en un sanatorio, completamente enyesado, y  poco después lo operaron del corazón.
–¿Cree que fue un atentado?
–No creo. Estoy segura. Para mí, en ese momento en que me estaban amenazando y le pasa esto a Rubinstein, cualquiera hubiera pensado así. ¿Qué hicieron al sacar a Rubinstein del medio? Sacar a la única persona que podía dirigir las empresas. El único que estaba al tanto. Con el hermano de David, Isidoro, no tenía vínculo comercial hacía dos años, que había pasado sin manejar nada de acá. A Rubinstein lo matan para que no hable.
–Cuando Rubinstein sufre ese atentado, ¿ya existían los llamados para que vender Papel Prensa?
–A mí me cita Martínez Segovia (yo ya lo conocía de otras reuniones) al Hotel Plaza y me dice: “Mirá Lidia, en entrevistas con el gobierno, ellos quieren que Papel Prensa se venda únicamente a argentinos y que no pertenezcan a la comunidad judía.” Apenas llegué a la Argentina, por septiembre, y después fue el accidente de Rubinstein, y eso me lo confirma.
–¿Usted no formaba parte de ninguna estructura de negocios?
–Nunca cerré ni abrí ningún negocio. Eso lo hacían él e Isidoro, antes de alejarse. Pero desaparecido Rubinstein, queda Isidoro.
–¿Por qué, si estaba alejado?
–Porque el papá de David, heredero junto con mi hija, tomó actitudes tales como que cuando aparece esta presión de Montoneros para que vayamos a una reunión, yo decido que vaya él, no yo, con una hija de 2 años. No había respiro en la presión. Lo voy a ver a Lanusse. Yo quería que le de la carta mía a Jorge Rafael Videla, como presidente del país. Me dicen: “¿por qué la carta a Videla?” Y yo digo que le tengo que explicar que a mí me dicen que le tengo que vender Papel Prensa a los diarios, que me están amenazando, que “me dicen que usted dice que le tengo que vender todo a los diarios, hacer desaparecer todo”. ¿Cómo les iba a creer a los que venían, si Isidoro había tenido una reunión con un coronel –que terminó preso porque era todo falso–, uno disfrazado de coronel? Un amigo, una persona muy importante, le dice: “Yo te consigo una entrevista con ese ‘coronel.’” Y era un payaso disfrazado.
–¿Realmente pensó que Videla podía ayudarla?
–No ayudarme. Yo creía que Videla me iba a escuchar: yo estaba convencida de que Papel Prensa era un bien tan importante para el país, estaba tan orgullosa de eso, que nunca creía que el gobierno iba a permitir un robo de semejante cosa.
-¿Cómo fueron las horas previas al 2 de noviembre de 1976, cuando firman el traspaso?
–Primero, mi suegra, por el amor de su vida, que era su hijo, estaba medicada, muy mal. Estábamos mi cuñado, en defensa de sus papás, yo ni sabía que Isidoro había ido a Clarín a discutir precio. Era un loquero. Voy a esa reunión, ya entregada al pánico totalmente. El 16 de septiembre bajé del avión con las cenizas de mi marido de un lado, mi hija del otro, no dándome cuenta. Cuando voy, muy atemorizada, no por temor a de-saparecer, pero sí con la sensación plena de que nosotros estábamos siendo amenazados de muerte. Ellos eran gente muy poderosa, con todo el poder de los militares, y nosotros no éramos nada. Ni abogado teníamos. La misma gente que trabajaba con nosotros nos decía que no teníamos otra posibilidad que vender al grupo este. Ese día lo único que dice es que no judíos ni extranjeros. Después, viene otra persona, Guillermo Gainza Paz, que nos ofrece lo de los diarios, como representante de los diarios. No habla conmigo, habla con Isidoro. Era permanente la presión.
–¿Cómo cree que se gestó todo?
–Todo esto estaba preparado desde mucho antes: David había estado con Videla en 1975, en una conversación donde David le regala un Rolex, según me dijeron, y lo que yo sentí desde que pisé Buenos Aires era que todo me sonaba a peligro, cada día estaba más inmersa en la muerte.
–¿Cree que le robaron Papel Prensa? ¿Quiénes?
–El señor Magnetto, la gente de La Nación. Los hechos lo demuestran. Asociados con la dictadura. Hay un tipo del grupo de Camps que torturaba, que aun sin verlos a ellos, era tan intenso el dolor que muchas veces se te movía el vendaje, y lo reconocía por el pies. Cuanto más sangraba yo, él me eyaculaba encima. De tanto picanearme, me dislocaron los hombros. Me ponían sobre un elástico, atada, y para escapar de la picana, me movía hacia un costado y el otro. Después ellos me tiraban en un calabozo, muy chiquito, muy frío. Y yo, que soy muy creyente, sentí que Dios me iba a salvar. Desnuda, quemada, era yo la que protegía a las otras dos mujeres. Nos abrazábamos para darnos calor.
–Héctor Magnetto, ¿cuándo aparece en su vida?
–Lo vi una sola vez en mi vida. Nos avisa mi cuñado que tenemos que ir a firmar. Voy a esa reunión, insisto en que era de noche. Mis suegros quedan lejos, no escuchaba lo que hablaban. Quedo sentada en otra mesa, y Magnetto nunca se sentó, siempre estuvo parado. Se presenta, me dice quién es y me pone papeles que nunca leí, me da la lapicera, y me dice: “firme porque en esto va la vida de su hija y la suya”. Nos miramos. Cuando me da la lapicera, sosteniéndola para que yo lo mire, no tuve dudas. Era un hombre con mucho poder y mucha locura. La mirada de un tipo poseído, violento. Me agaché, firmé, él me pasaba las hojas. Después nunca más lo vi en mi vida.
–¿Era libre en ese momento?
–Desde la muerte de David jamás fui libre. La muerte de David significó quedarme sin piel, desprotegida. Era una persona sola en el mundo. Después de eso, rehacerme, fue un largo proceso que no pude construir llegando a la Argentina. Creí que al volver a la Argentina iba a poder lograrlo. Perder a un ser amado, tu compañero de 16 años juntos… Yo sentía que mi pecho realmente iba a estallar de dolor. Estaba en México, salía a la calle, caminaba con mi hija, me metía en templos…Recuerdo que cuando me llaman y me dicen: “ya encontramos el cuerpo que estaba desaparecido”, agarro su cepillo de dientes para tener algo de él. No tener piel es la mejor explicación. Yo no estaba capacitada para hacer un negocio. Estaba, porque era su viuda. Tenía que estar presente. A tal punto que cuando voy a la reunión por la venta del Banco Comercial de la Plata, el señor Martinelli, con petróleo, barcos, caballos de carrera, me dice: “perdone, señora, pero con usted no hablo, no hago negocios”, y me tuve que ir. Nadie hizo negocios conmigo.
–¿Por qué se presentó en el juzgado de la sucesión para pedir que el juez aceptara la venta?
–Firmé para que el juez aceptara la venta de Papel Prensa, el 9, porque las órdenes seguían llegando. El 14 desaparecí.
–De manera que la operación no duró sólo un día.
–Darle la autorización al juez no fue en la misma fecha. Mi firma es auténtica. Hubo otra asamblea, y la gente cree que fui, pero yo no fui, y aparece mi firma que sí es auténtica. Como yo no tengo experiencia con los medios ni con todo esto, cuando yo fui a la Asamblea de Papel Prensa, lo que yo dije salió todo interpretado de cualquier manera. Salió que fui torturada, pero nunca dije que fue antes de la firma. Dije que fuimos obligados a vender. Dije que esperaba que la empresa se convirtiera en lo que habíamos soñado. Una empresa enorme. Hay una permanente intención de confundir.
–¿Por qué acepta dar un reportaje ahora?
–Porque ahora siento que hay garantías. No la garantía de que no me maten, pero yo tengo 65 años. Mi vida hasta acá fue un homenaje a mi marido. Lo que soporté en la tortura fue para que mi hija, si yo me moría ahí, leyera la verdad de su padre, por lo menos mi verdad. Y traté siempre de sea donde fuera, mantener una actitud. De cuando me hacían preguntas pensar en el porqué de esas preguntas. No enroscarme en la cosa enferma de lo que me preguntaba, sino en el por qué.
–¿Qué problemas le trajo no estar casada con David en la Argentina?
–Yo estaba casada en los Estados Unidos, entonces la familia dice que empecemos la sucesión en Argentina, cosa que no debía haber hecho porque  seguramente en los Estados Unidos nada de esto me hubiera pasado. Además, al haber estado casada con él, como su mujer, la heredera en los Estados Unidos, tenía el 75% y el 25% la hija o los hijos. Cuando llegué a Argentina me presentan al abogado que yo ya conocía que me iba a hacer la sucesión (Miguel de Anchorena), que me explica que en realidad no soy heredera. Que en la Argentina no hay divorcio, que David estaba casado y separado antes por el artículo 67 bis en firme, lo que fue una gran trampa. Se vuelve a hacer el divorcio de él, porque los americanos no aceptaban la separación de la Argentina, y nos casamos ante la Corte Suprema de Justicia porque para él era verdaderamente importante. Una ceremonia muy emotiva para él.

Gesticula. Por momentos, habla con el cuerpo. Pero su pelo casi no se mueve. Lo lleva tan lacio como el brushing recién hecho le permite. El flequillo le cubre toda la frente. Recto, firme. Como sus palabras. La única vez que el pelo se moverá, será cuando ella lo levante. Un movimiento rápido de la mano para dejar la nuca la desnudo, descubre una cicatriz que la parte al medio. “Es la que me quedó por la operación del tumor”, explica. No tiene pudor. Tiene memoria.

-¿Por qué cree que fue la más torturada de la familia?
-Porque no me pudieron quebrar, seguramente para ellos, algo insoportable. Y porque era muy fuerte. Yo siempre supe que debía ser un ejemplo. En la cárcel me decían “La Tercera Posición”: yo no era delincuente ni guerrillera. El preso político es un preso que jamás dejará de priorizar la solidaridad. Una prostituta carísima en el Departamento de Policía, me dijo que iba a terminar en Ezeiza yo, pero por seis años, nada más. Andaba con militares. Un día Blanco ahí me dice: “yo la voy a ayudar, porque su marido a mí me ayudó” y me pidió, un día antes de irse, el teléfono de mi mamá. Y al día siguiente, vino mi mamá. Me vio torturada, pero le dije: “quedate tranquila mamá, Osvaldo está bien”. Es que el buenito de Ramón Camps me permitió ir a ver a mi hermano que estaba preso. Me llevaban y me traían. Me preguntaban a mí dónde estaban las acciones de La Opinión. Camps, mediante tortura, me llevó a la casa de Julio a buscar las acciones, y me hizo un careo con Jacobo Timerman. Cuando lo vi, estaba destruido, lleno de agujeros de la tortura, y ahí traté de suavizar la cosa, que no fuera tan grave. Camps me hace llevar a la granja del Departamento de policía de La Plata, y de atrás de un gran escritorio me dice: “Señora, es usted una gran argentina, y puede pedirme lo que quiera: bañarse, ver a su familia, ir a comer afuera.” Y ahí veo mi cartera, que me la habían robado las minas que lo rodeaban y le digo: “necesito mi cartera, el documento de mi hija…” Y me dice: “usted me pide a mí el documento de su hija. Le estoy diciendo que me pida lo que quiera.” Y lo mira a su secuaz y le dice: “Llevala adonde ya sabés.” Pensé lo peor. Yo ya había estado en dos lugares. Me llevan, me bajan del Falcon, me ponen en el baúl, escucho al perro, me llevan a la sala de tortura, y estaba mi hermano.
–¿En qué condiciones estaba su hermano Osvaldo?
–Lo abrazo. El olor de un tipo torturado es imposible de olvidar. “Osvaldo, te torturaron”, le dije. “Sí, pero estoy bien.” Me llevaron de vuelta, por suerte lo legalizaron, lo tenían de che pibe, cocinar, limpiar. Ahí la vio a mi suegra.
–Usted declaró en la justicia haber sido torturada, quemada y operada por un tumor cerebral por los golpes que recibió.
-Fui la persona que más torturaron del grupo, tiene una razón: jamás dije que lo ellos me querían hacer decir.  Era un delirio tan grande lo que querían que yo dijera, sobre todo hablar mal de los judíos. Me decían “la impura” porque había estado con un judío. El tema básico era demostrar que los judíos tenían un trato, me decían los torturadores de Ramón Camps. Según ellos, tenía que declarar que: Juan Domingo Perón le había dado a José Bel Gelbard (ex ministrro de Economía en la última gestión justicialista antes del golpe, fue amigo y socio de de David Graiver) los lingotes de oro que habían llegado desde Alemania con los submarinos alemanes a Mar Del Plata. Gelbard los conserva y no sé qué hace, los habrá puesto en un Banco. Cuando Perón vuelve a la Argentina, le dice a Gelbard delante de mí porque sabía que yo lo sabía, que va a ser Ministro de Economía, que los tiene que devolver los lingotes, usarlos, que él le va a dar toda la economía. Y Gelbard le dice, sí, pero hay alguien que me va a ayudar: David Graiver,. Esto tenía que decir yo, lo que es una locura imposible de creer aún hoy. Me pusieron al lado gente increíble, para que los delatara, como el turco Paz que había trabajado con mi marido y era una excelente persona, gente que me ponían al lado y como yo no contestaba lo que querían, me pegaban cada piña en la espalda, en los riñones…. Cuando me operan, estando presa, me llevan al lado del CEMIC, y dicen los que me atienden: esta mujer tiene dislocado cada miembro de su cuerpo cuatro veces.
-¿Durante los interrogatorios, le preguntaron sobre Papel Prensa?
-¿Cómo me iban a preguntar sobre Papel Prensa si yo ya había vendido Papel Prensa? Tampoco me preguntaron por el Banco Hurlingham, ni del banco Comercial porque estaban vendidos. ¿Por qué me iban a preguntar por Papel Prensa? A mi no me llevaron para preguntarme por eso. Me llevaron para que firmara y afirmara lo que ellos querían que yo dijera. Quién podía decir cosas, que no sea el 2do. de David (Rubinstein)? , desde el punto de vista familiar, era yo. Era yo. La mujer tenía que decir que Perón delante mío había dicho todo eso. O sea que todo esto era una operación del movimiento sionista para tapar al país, para llegar al poder: Canal 2, La Opinión, Papel Prensa eran las personas que estaba preparando para ser presidente.
-También fue sometida a un Consejo de Guerra de la dictadura.
-Mi madre va al Consejo de Guerra, y mi hermano Osvaldo la prepara. Le dice: “mamá, estos son militares, no digas nada, escuchá, ojo”. Gallino (Oscar Bartolomé, general de la dictadura y oficial instructor del Consejo de Guerra) le preguntó: “Señora usted sabe donde está? ¿Sabe quiénes son estas personas?” “Sí, son todos los torturadores, asesinos que matan a la gente, a los jóvenes del país”, le dijo mi madre. Suspendió la entrevista, tiró la gorra. Se armó un lío espantoso. Por suerte no le hicieron nada. Estoy recobrando toda la educación que tuvimos con mis hermanos. Gracias a esta familia con estos principios tan solidarios, puedo ver estas todas estas cosas con cierta distancia.
 -Mucho dicen que usted recién ahora habla sobre lo que pasó en Papel Prensa.
-No es así. ¿Por qué aparece el tema Papel Prensa? Primero porque Osvaldo, mi hermano, viene batallando por esto desde siempre. En mi caso, cuando estaba presa, en dónde iba a explicar por qué mi marido no estaba para defenderse y defendernos de todo lo que nos estaba pasando. A mis compañeras de cautiverio, cuando me preguntaban, siempre les respondía que estaba ahí por Papel Prensa.
-Su cuñado, Isidoro, dice que no es cierto que usted se haya cruzado con Héctor Magnetto el 2 de noviembre, el día de la firma. ¿Estuvieron juntos todo el tiempo?
-Isidoro supo todo, y es más: yo le dije todo lo que me había dicho Magnetto. Miente. No sabía que lo había dicho. Sus neuronas…. Yo fui a verlo a Moreno, estaba su mujer, Marta, y me dice me parece que no tenés buena relación con tu cuñado, y le digo mi cuñado no tiene buena relación conmigo, y yo no tengo ninguna. Lo único que siempre hice fue querer ayudarlo. Mi hija en un momento dado me dijo que no quería tener ningún contacto con ellos. Lo llamo a Isidoro le cuento que María Sol no quiere volver a verlos, y si mi hija no quiere, yo tampoco los veré. Mi suegra, cuando salió de la cárcel, dijo que por primera vez en su vida había tenido una hija que la había cuidado, porque la otra por peleas absurdas jamás había estado. Cómo no iba a ser solidaria con esta mujer presa, aunque tenía el pecado de no ser judía, no podía dejar de ser solidaria con ella. Era una mujer de una humildad y un sufrimiento poco común.
-Pero, entonces, después las cosas cambiaron. ¿Cómo es ahora su relación con María Sol?
-Yo tuve siempre la mejor relación con mi hija. Cuando salí de estar presa puse todo lo necesario para recuperar el vínculo. Hace tres años que decidió que no tenía más nada que ver conmigo. Obviamente hay intereses atrás de los que no puedo hablar.
-¿Cómo vivió que hicieran juntos esa presentación ante escribano público?
-Fue algo terriblemente doloroso.
-¿Por qué cree que María Sol publicó la solicitada?
-Porque probablemente está manejada por sentimientos muy  controvertidos que hacen que sus comportamientos se conviertan en inexplicables.
-¿E Isidoro, por qué cree que cambió sus dichos?
-Por dinero.
-De acuerdo con lo publicado por el diario La Nación, son los compradores de Papel prensa los que requieren a María Sol, y a su vez, ella le pide explicaciones a Isidoro. ¿Cómo cree que pueden haber ocurrido los hechos?
-No entiendo que la gente aún se pregunte si esto es cierto. Lo que pasó, pasó con Papel Presa. Permanentemente, a través de todos estos años, Clarín y La Nación dieron muchas pruebas de lo que estaban haciendo por el país, de lo que son capaces de hacer: comprar gente, hacer que la gente se venda para llegar a su fin, que no agrega ni saca a lo de María Sol. Isidoro ya declaró, así que lo que diga ahora…vamos a ver si coincide y si no coincide será falso testimonio. Creo que Magnetto es Magnetto: uno más uno, es dos.
-En la edición de hoy (viernes) del diario Clarín, se publique que cuando declaró en La Plata no le imputó ningún delito a Héctor Magnetto. ¿Esto es cierto?
-No, no es cierto. Cómo va a ser verdad, si  yo conté de qué forma firmé los papeles que firmé y las palabras textuales de Magnetto. Dije claramente que yo fui a firmar pero firmé bajo la presión de Magnetto. Supe que no tenía otra posibilidad más que firmar.
-La presidenta Cristina Fernández calificó de “libertad ambulatoria” su situación, ¿le parece correcto?
 -Buena imagen. Totalmente. Una cosa extraña que me pasó fue que me sentí aliviada cuando estuve en la cárcel. Lanusse me dijo el grupo no es buen visto por la Junta, éramos un clan al que había que desplazar.
-¿Cómo calificaría la cobertura de Clarín y La Nación sobre este tema?
-Vergonzante.
-¿Qué relación tenías vos y el resto de los Graiver con la Organización Montoneros?
-Ninguna.
-¿Les consta que los que llamaban eran de esa organización?
-No, no nos consta. Pero tiempo después, en el año 1989, Juan Gasparini, Rodolfo Galimberti y otros dijeron que habían sido testigos de cuando David agarró la plata, entonces se le devolvieron  16 millones de dólares.
-¿Supo alguna vez si ese dinero estuvo en Papel Prensa?
-Jamás estuvo. Si es que ellos le dieron algún dinero a David, cosa que nunca me constó, las fechas por la compra no coinciden. Papel Prensa lo compró mucho, pero mucho tiempo antes.
-La diputada Elisa Carrió vinculó directamente Papel Prensa con Montoneros, ¿qué opina?
-El Estado se tomó el tiempo necesario para que apareciera todo el telón de Montoneros e ir a apoderarse de los bienes, poner la CONAREPA, por ejemplo, ¿qué sentido tenía que nosotros estuviéramos presos?

Hace una pausa. Vuelve a tomar un poco de té. Está frío. Pide que lo calienten. “En microondas está bien”, explica. Se acomoda la camisa, sonríe apacible. Se predispone a seguir con la entrevista.

-¿Cómo vivió el anuncio presidencial?
-Fue la mayor alegría. Un momento muy emocionante. Cuando estuve la segunda vez con Cristina me preguntaron y dije que sabía que cuando estaba con ella, cuando la miraba, que iba a hacer lo que me había dicho: ir a la Justicia y al Parlamento.
-¿Leyó los diarios al día siguiente?
-Sé que los poderes aún de ciertos grupos, son muy grandes. Le dije a mi hermano que cuando me metí en esto (y nadie quería que lo hiciera) sabía en qué me metía. Voy a pedir ser testigo protegido.
-¿Cree que la pueden matar?
-Sí. Creo que no tengo miedo a un secuestro, considero que la justicia y sus habeas corpus hoy serían recibidos. Esa seguridad jurídica la siento. No me van a desaparecer, pero sí creo que puedo tener un accidente. No salgo sola, miro por la calle.
-¿Quiénes creen que lo harían?
-Estoy cansada de soñar que se me para un hombre delante y me da un tiro. Hay gente con tanto odio en la oligarquía argentina. Esa gente, jamás se caracterizó por ser los ejecutores, pero sí buscar quién lo haga.
-¿Miguel ángel Strassera aseguró que cuando le tomó declaración, usted nunca habló de Papel Prensa? ¿Por qué?
-Nunca me preguntaron de Papel Prensa.
-¿Cómo cree que terminará esta historia?.
-Bien, con la verdad. Con la verdad acumulada durante 34 años. Los papeles están, las pruebas están. La palabra no sirve. La prueba es irrebatible. <

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