..:::..Bienvenido al portal del Estudio Jurídico..:::..

miércoles, 23 de marzo de 2011

Conociendo otras Historias: El motín de El Sexto


Cierra los ojos

Fue la transmisión en vivo más dramática y sangrienta de la historia de la televisión peruana, la más perturbadora, la más brutal, y la que despertó como ninguna el morbo inevitable de millones de espectadores. Rara vez la pantalla chica puede mostrar tan crudamente los límites de la condición humana en tiempo real y esta fue una de esas ocasiones. La mañana del martes 27 de marzo de 1984, doce presos del penal de El Sexto tomaron 15 rehenes para exigir que se les diera las facilidades necesarias para una fuga. Lo que parecía un motín de rutina a ser resuelto rápidamente por las fuerzas del orden terminó con disparos, cuchillazos y asesinatos en vivo. Algo que los medios de entonces definieron como una “orgía de sangre”.



El motín fue violento desde el primer instante hasta el último. Cuando un empleado del INPE cumplía la rutina de llevar ollas para el desayuno, fue acuchillado por el preso Víctor Ayala, alias Carioco, y enseguida los otros amotinados desenfundaron un impresionante arsenal de armas de fuego, cuchillos, kerosene y dinamitas. En decir, todo lo necesario para convertir una vieja cárcel en un auténtico infierno. Poco después, ya con la prisión tomada, los amotinados confirmaron los alcances de su demencial operativo al hacer llegar un comunicado sus exigencias escritas:

“Somos 12 internos que hemos tomado esta actitud porque querernos lo siguiente: dos camionetas con lunas polarizadas; que despejen la avenida Bolivia; que no nos sigan porque nos llevaremos a los rehenes, los cuales eliminaremos uno por uno durante el trayecto siempre y cuando nos sigan; que los vehículos se encuentren en buen estado, aceite, gasolina, etcétera, que tengan chóferes; que las camionetas entren en el patio; que una vez que botemos a los rehenes, si quieren nos matan, pero déjennos en libertad; a la hora que lleguen los vehículos que despejen la zona”.

Era obvio que los presos en rebeldía no jugaban. Pero nadie imaginó hasta qué punto —y de qué manera— estaban dispuestos a cumplir cada una de sus amenazas. Alrededor de la una de la tarde, los amotinados colocaron en la terraza a uno de los rehenes. Luego lo rociaron con kerosene y lo hicieron arder en llamas. Solo era el comienzo: los camarógrafos ya se habían acomodado en el techo del Colegio Guadalupe para obtener las mejores imágenes.

Y vaya que obtuvieron imágenes.

Poco antes de las tres de la tarde, otro de los rehenes apareció sobre el muro en el que se habían atrincherado los amotinados. El plazo se había cumplido. A pesar de clamar por su vida (“no me maten”, repitió varias veces), fue asesinado de un balazo en el estómago, a causa de un disparo que iba provocarle la muerte unas horas después.

“En estos momentos, siendo 2.57 de la tarde, lo ha matado, como ustedes lo han visto, señores televidentes, a uno de los rehenes”, dijo Canal 4. “Realmente ha sido impresionante la forma como ha dado fríamente muerte… “, dijo Canal 9. Pero en verdad no había nada que decir, las imágenes hablaban solas.

Mientras tanto, millones de espectadores vivían en sus casas un motín interior, terrible, incontrolable: el retorcido deseo de ver las imágenes se rebelaba contra la prudencia, la cordura, el equilibrio emocional. Y el clímax de esa lucha interna llegó a las seis de la tarde, cuando uno de los empleados del INPE logró treparse por el muro aprovechando la confusión, pero fue agarrado del pie por uno de los amotinados más temibles, Lalo Centenario, que en respuesta le acuchilló la pierna diez veces y dejó una de las escenas colectivas más traumáticas de todos los tiempos.

Al final, la Guardia Republicana intervino alrededor de la diez de la noche y tomó el recinto penitenciario. El costo no fue menor: 22 muertos y unos cuarenta heridos. Por esos días se comentó que la muchedumbre apostada en las proximidades del penal quiso linchar allí mismo a los amotinados que sobrevivieron. Los querían matar por sádicos.

El motín del sexto es el episodio más estremecedor de una década que todavía le depararía al Perú ríos de sangre y miedo. Su nitidez nos estalla en la cara aún hoy, a casi veinticinco años de distancia, y las imágenes que dan cuenta del hecho nos recuerdan el eterno dilema periodístico entre mostrar y no mostrar. ¿Es mejor grabarlo todo para que el público sepa bien cómo ocurren los hechos? ¿O mostrar en exceso nos enferma y crea imitadores y émulos? No tengo una respuesta, pero intuyo que si alguna vez la televisión hubiera mostrado en tiempo real las atrocidades sanguinolentas de Sendero Luminoso —uno de cuyos cabecillas fue promotor del motín—, habríamos actuado muchos antes. Aunque la sola idea de una ejecución popular transmitida para todo el Perú me causa repulsión, también. Puesto número 7: El motín de El Sexto.



Videos:

















No hay comentarios: