BREVES RAZONES QUE NOS DAN LA ESENCIA
Alguien pregunta algo sobre historia formoseña; buena parte de las personas tiene un conocimiento determinado, generalmente marcado por las etapas de sus vidas, aquí; con suerte, se conocen hechos de hace cincuenta años o menos (por dar una cifra generalizadora); quien sepa cosas más allá en el pasado (dejando aparte los conocimientos básicos, como la fundación de la ciudad, por ejemplo), goza indudablemente de un privilegio, si no económico —que es lo menos probable—, personal, caracterizado en la simple y prestigiosa curiosidad. Los hechos históricos provinciales nacen en el pasado y allí sobreviven y mueren, salvo que otro intente rescatarla de entre las cenizas y avivar su importancia, en cuyo caso el esfuerzo no sería muy valorado. Ya no importa. Todo se relega a un segundo plano hoy en día —a no ser por hechos demasiado recientes y demasiado brillantes en repercusión y alcance para exteriorizarlos, con lo cual se alimenta alguna especie de recuerdo—; sembrada en tierra seca, no cultivada y, a más, archivada, fenece la historia en el olvido. Fuera y aún dentro de eso, podríamos decir —triste y evidentemente— que no hay profeta en su tierra, que acaso la tierra misma no gusta en darle cobijo. Dominados, entonces, por un insanable sentimiento, no tendremos alternativa a la resignación, de tal manera que podemos ceder nuestras raíces a ingenios ajenos de suelos foráneos; querrán éstos encargarse algún día de lo que —como pésima paradoja— nos pertenece y no nos incumbe. Acaso lo harán.
Pero, aún sabiendo esto, nos queda por hacer un esfuerzo vano y poco posible, pero no por eso insensato. El reto es hacer un viaje a los hechos mediante lo poco que tenemos al alcance, repasar una historia probable y relativa: incierta. Hagamos otro intento de reavivar el débil rescoldo que es la historia del extenso suelo al que estamos arraigados, crucemos las líneas temporales para demostrar que, si algo como esto fue posible de concebir, hay bastante más allá afuera, desperdigado en las costumbres, las leyendas, los documentos mentales: la cultura. La verdad exacta inevitablemente difuminada.
Cargamos sobre nuestras espaldas el deber (y, prácticamente, la obligación) de inmiscuirnos en nuestros propios documentos históricos, ajenos, no obstante, a la realidad a la que estamos acostumbrados —entretenidos y distraídos por la preocupación constante en la incertidumbre del provenir—, para investigar un lejano y tardío hecho funesto que manchó de sangre el suelo nórdico argentino, formoseño, bautizándolo en una de las primeras tragedias de la que somos ignotos herederos; y, proclives al conocimiento de lo propio-ajeno, intentaremos sonsacar de las entrañas de esta tierra y su pasado, las respuestas a dignas preguntas de un suceso que reclama transparencia y motivos justos en lo más profundo de su injusticia, si así lo fue.[Rodrigo Villalba]
PRÓLOGO
Tomando un punto de vista muy subjetivo, que englobe la situación general del país, para el año 1919, podríamos decir que —por el dato de la fecha— cometimos un error en la investigación: Sintéticamente, la Argentina atravesaba por una época en pleno auge de inmigración europea, progresismo optimista, ideas políticas maduras, proyectos de superación nacional innovadores, y un poder gubernamental democrático extremadamente estricto, bajo el dominio de Yrigoyen. Y esto es aún poco si lo comparamos con la situación a escala internacional, en un mundo de posguerra, revoluciones armadas e ideologías políticas, sociales y económicas en pleno crecimiento.
Quién lo hubiera dicho: Como arrebatados de una línea temporal ajena, los indios aún acechando sus expoliadas tierras, esperando todavía —admirablemente— a poder recuperarlas en cualquier momento, atisbando expectantes a un descuido que les permita recobrar su territorio. No obstante su esparcimiento, organizados como siempre. Insospechados. Allí existen bajo una inescrutable máscara de pasividad y desmedro, engañando la primitiva razón de los usurpadores, cuando en verdad observan cautos e ingeniosos el movimiento de sus “vecinos”. La forma original y su esencia es y siempre fue la unión de la fuerza: el malón; como siempre que merecieron llamarse indios de barbarie y no, simplemente, aborígenes.
Más feliz que tristemente, todo esto pudo y puede ser mentira. Parece inexplicable.
Pero se entiende, tratándose de un territorio en pleno desarrollo, con apenas cuarenta años desde su fundación, aún sin límites definidos y sin siquiera un nombre oficial, y, finalmente, permaneciendo a más en un remoto rincón del mundo. Lo increíble puede tornarse admirable, por juicio y simpleza de la verdad y testimonio de la tierra.
Admirable, pero casi incoherente, por darle un sentido.
CAPÍTULO PRIMERO. De principios, sucesos y hallazgo.
La historia inicial
Basados en diferentes fuentes de información, podemos ordenar el principio y origen del Fortín Yunká comenzando de esta manera.
Durante la presidencia de Figueroa Alcorta (1860-1931), más específicamente el 21 de julio de 1907, se dicta un decreto que dispone el avance de las Líneas de Frontera y la creación de una División de Caballería, compuesta por los Regimientos 5, 6, 7 y 9, denominada División de Caballería del Chaco, encargada de cumplir lo dispuesto.
Iniciada la acción, al paso de los meses, tras cruentos enfrentamientos y sobreviviendo a las condiciones territoriales, se logra ganar tierras de manos de los indios. La operación presenta mayor desarrollo por parte del Regimiento 7 de Caballería, el cual establece diversos puntos de control en poco tiempo y consigue reemplazar gran parte de la “molestia aborigen”.
Facilitado el paso, de tal modo, se construye un nuevo camino que une a la localidad de Presidente Roca (Chaco) con el asentamiento del Regimiento 9, a 173 kilómetros de la localidad de Formosa, sobre la línea férrea a Embarcación (Salta), constituyéndose la población de Comandante Fontana.
En dicha situación, afectadas numerosas tribus aborígenes con el avance de los hombres, se presenta el deslizamiento e invasión de grupos toba del Sur —provenientes del Chaco— en tierras formoseñas, dominadas por grupos toba del Este, produciéndose enfrentamientos entre dichas tribus aborígenes por posesión de tierras.
Ante la amenaza común, un sector se ve en condición forzosa de unirse para resistir el ataque continuo de los invasores —en este caso, tanto hombres civilizados como aborígenes—. Como resultado se obtiene una fusión poco convincente de grupos toba y pilagá quienes conviven a su vez con aborígenes maká, éstos últimos provenientes del Chaco paraguayo. Se designa como líder al cacique pilagá Garcete, una especie de caudillo sobresaliente de los indios, razón por la cual es muy estimado tanto por sus pares como por los hombres, que se limitan a vigilarlo en cada ocasión. La alianza se celebra en un lugar denominado por ellos como «Ỹomaqá» —cuya pronunciación vaga suena «Yunká»—, sitio de reunión de tribus guaycurúes para dar ceremonia de la maduración del algarrobo, que comprende también la fiesta de la aloja. Como tradición, esta zona representaba desde hace tiempo un enorme significado cultural, étnico y social para los aborígenes.
Es necesario hacer un paréntesis aquí, para aclarar sobre el topónimo Yunká que, además de ser el nombre con que denominaban dicho lugar, en una escasa diferencia de pronunciación(«Yucá»), en lengua guaraní significa «matar». Esto, con el correr de los años, vendría a crear premoniciones y miedos efímeros pero ubicuos a la vez en los habitantes del fortín.
Empero, la tan valorada unión de fuerzas no basta y, con el tiempo, cae en decadencia, pasando a ser un mero bastión por poco pasivo de indiferencia —o, al menos, eso aparentan— y resignación a soportar las presencias foráneas como, simplemente, mala compañía.
A partir de 1912, se continúa en forma constante la ocupación del territorio, proyectada por el Poder Ejecutivo para la obtención de tierras aptas para la producción agrícola. La reducción de los indios —que, después de los combates, no ofrecen más resistencia organizada y, en algunos casos, terminan aliándose al ejército como baqueanos—, se hace más evidente y notable.
En dicha condición, no abandonando sus principios —siempre expectantes por recuperar el terreno que los tobas del Sur tomaron— y traicionando sus propias raíces, pilagás y tobas del Este guían a las tropas en el avance contra los tobas del Sur, hasta desplazarlos a un determinado punto, abarcando toda la zona desde Yunká. Y, aprovechando la desorganización momentánea de los indios, que se desperdigan en varios kilómetros por todo el territorio, al considerar a dicho lugar como un posible foco de concentración de estrategias y organización de insurrecciones indias —no importa de qué tribu, nunca los salvajes inspiraron confianza—, deciden establecer un puesto de control que servirá a su vez como extensión de la línea de fortines que se inicia bordeando el Río Bermejo. En esa base se levanta una construcción precaria de adobe y paja para la vigilancia; es el Fortín Yunká, usurpando el festejo a los dueños originales cuyo paradero para ese entonces es intencionalmente desconocido y poco importante, total allá les resta un desierto inmenso para vagar.
Caracteres del fortín
El Fortín Yunká, como se mencionó antes, era una construcción básicamente de adobe y paja, como una buena mayoría de los fortines comunes. Se componía de varios ranchos reforzados con troncos de palma en la pared y en el techo. La comandancia, la cuadra, el depósito, la cocina y la enfermería eran construcciones independientes que encuadraban un patio. En la parte posterior estaba el corral y una empalizada; en torno se encontraban los ranchos, donde algunos soldados tenían sus mujeres y sus hijos, único medio de que aquellos quisieran permanecer estables en los fortines.
Los ranchos, que sumaban quince en total, se encontraban separados por una distancia no menor de cincuenta metros. Esto, debido a que fue construido con una capacidad habitacional de, al menos, ciento veinte personas, resultando muy amplio para los pocos habitantes —una veintena de ocupantes— que en esos momentos vivían, quienes a su vez tuvieron en cuenta un interés personal de independencia y comodidad, haciendo notable su diseminación dentro del caserío. Esta forma de distribución sería de crucial importancia, pues resultaría uno de los factores decisivos del asalto.
Según un informe médico, el plano de implantación del fortín correspondería al de un rombo a ejes desiguales; su eje mayor, que sería el que va del frente al fondo, mediría fácilmente tres hectáreas; su eje menor, que atravesaría en el centro al fortín, tendría fácilmente dos hectáreas.
También se afirma que el fortín ocuparía el claro de unos mil metros cuadrados que dejaba el monte.
En 1917, se solicita al Poder Ejecutivo la autorización para entregar las zonas ocupadas por el Regimiento 9. Aceptada la propuesta, y por no abandonar la custodia de la frontera, se crea una unidad de Gendarmería que se encargaría de vigilancia y policía que desempeñaba dicho regimiento. La tropa debía constituirse por voluntarios, por lo que tardaría algún tiempo en armarse; ante esto se dispone que el Regimiento 9 deje en el Fortín Yunká el personal de tropa que voluntariamente quiera quedarse, sirviendo de núcleo para la futura organización de mencionada Gendarmería. Esto no se había concluido al momento del asalto en marzo de 1919.
Versiones aproximadas de los acontecimientos
Por motivos que nunca llegamos a entender, la mayoría de la historia, desde la construcción del Fortín Yunká hasta su destrucción, no se contempla como algo que sea de verdadero interés conocer. Hay fragmentos del tiempo, en un suceso, que pierden su valor relativo, que el mismo suceso les dio, cuando sólo su culminación absorbe toda la importancia, y su principio la aplaca.
En las historias relatadas por nuestras fuentes, se generalizan los aspectos de la vida fortinera. Nada extraordinario, si no el silencio, la soledad acompañada, el calor y el cansancio, el aburrimiento, la bebida, las noches de reunión y los planeamientos principales, la desesperanza y el desinterés en la misma codicia por el dinero, el materialismo y el comportamiento altruista y patriótico donde se lo necesita tal. El simple vivir y nada más, la rutina infinita del casi no existir, y la imperturbable calma que devora las cavilaciones del hombre en medio de la nada. Incluso se parafraseaban versos del célebre José Hernández encarnado en Martín Fierro, para resumir y dar una visión global del trabajo en el fortín.
Entonces de nada nos sirvió —por esta vez— la curiosidad. Saber sobre los jefes anteriores sería un dato complementario mas no vano. La siguiente, es la historia que logramos construir.
El 18 de marzo de 1919 arriba, acompañado de su familia —una joven mujer y cuatro niños—, al Fortín Yunká el Sargento Primero Fermín —a veces, erróneamente llamado Fernando— Leyes, con objeto de relevar al Sargento Primero Rodolfo Giménez, el que había recibido desde Fontana la orden de entregarle el puesto.
La participación de Leyes en el Fortín Yunká es determinante, ya que toma medidas que disminuyen la seguridad.
Ese mismo día parten en compañía de Giménez los soldados Bustos y Almeyda en comisión de recoger la correspondencia destinada a Yunká; el viaje les llevaría aproximadamente un día, retornando al Fortín el 19.*
El mismo día del asalto.
La versión más acertada —se presume— sobre el hecho relata un día común y corriente, donde no existen testigos que puedan afirmar sobre extravagancias en la rutina o las zonas aledañas al asentamiento, en cuyas horas de descanso, típicas siestas intermediando al trabajo cotidiano, los habitantes del fortín caen en sorpresa de un repentino ataque indio a traición. Resulta una vil estrategia del malón y, por tanto, una victoria. Inesperado y poco común, les cuesta la vida a todos.
La actuación de los aborígenes, comportándose en la miseria como inútiles, dejados, apáticos y moribundos, había engañado a tal punto a los militares, que habían dejado de considerarles una amenaza y, adicional y prácticamente, convivían con ellos. La inteligencia de los dueños del suelo era infinita: estudiaban todo y lo planeaban en secreto y con perfecto disimulo. Eso fue principio del infausto final.
Producto del súbito ataque, abandonan su existencia las almas de los soldados Eugenio Franco, Ramón Maciel, Alejandro Fleitas, Marcos Vallejos y Remigio Morínigo; el Cabo Rafael Zalazar; las mujeres y esposas Demencia Pintos, María Ojeda, Polonia Enciso; cinco primogénitos suyos y, finalmente, el Sargento Primero Fermín Leyes.
Como feliz gracia a tanta desgracia, sobrevive al suceso el hijo del Cabo Waldino Almeyda, Ramón Enciso, de unos cinco años. No obstante, se señala en otra versión a un segundo sobreviviente, que se trataría de una niña de siete meses, hija del mismo soldado.
Mencionado oficial, en compañía del soldado Bustos, retornan por la tarde al Fortín Yunká casi al cobijo del oscurecer, percatándose de varias anormalidades allí, entre las cuales se conocen el hecho de que no se divise humo de fogata —el cual era prácticamente un distintivo de esa hora—; que el pabellón continúe enarbolado; que ronden los cielos negras siluetas de aves —específicamente caranchos y cuervos—; a la proximidad, que no se perciban sonidos, ni el más mínimo que indique presencias.
Una vez llegados, son testigos de un macabro escenario de violencia: los cuerpos de hombres, mujeres, niños y animales indiscriminadamente degollados y abandonados al azar en el suelo, desnudos, cubiertos de sangre y en posición de cúbito ventral, siendo asimismo partícipes de una macabra orgía de carroña.
No siendo de mucha utilidad, los hombres deciden retirarse hacia Fontana para dar nota del hecho, llevándose al sobreviviente. Allí pondrían al tanto al Teniente Primero Narciso del Valle, quien a su vez parte de inmediato con una comisión de ocho hombres hacia el lugar del hecho.
Caracteres del ataque
Según relatan diferentes fuentes, los aborígenes, enterados de las costumbres de la tropa con relación al descanso de la siesta, dejan transcurrir un tiempo prudencial que supone la sumisión de los soldados al sueño, distribuyéndose luego en grupos que verificarían aisladamente el asalto, anulando así el socorro mutuo que podrían brindarse los oficiales. Con una superioridad numérica abrumadora, inician conjuntamente la acción con tanto éxito que podría afirmarse que hubo hombres que resultaron degollados prácticamente mientras dormían.
Atacaron con macanas y cuchillos, en conjunto: pudo comprobarse que los fortineros fueron ultimados con el garrote y luego degollados. Sólo en una ocasión se utilizó un arma de fuego, y fue la perteneciente al Sargento Leyes, que dispararon en su contra.
El relato del medico del Regimiento de Gendarmería de Línea demuestra que Leyes, su mujer, sus hijos y el soldado Maciel, fueron atacados en la casa del jefe; la compañera de Bustos en su rancho; el soldado Morínigo y su mujer, en el suyo; la de Almeyda, que se encontraba lavando, es ultimada junto con los hijos; en la cuadra dormían los soldados Franco y Vallejos ; en la pieza anexa se encontraban el cabo Zalazar y el soldado Fleitas, uno de los cuales es muerto en el patio, mientras el otro corre hacia la armería, y, acosado por los indios, se interna en el monte donde luego se le da muerte.
La reivindicación del suelo como objeto de venganza, como verdad
El argumento principal contempla el sentimiento vengativo del indio por naturaleza, propone diferentes razones que motivaran el despiadado ataque al asentamiento militar.
Una versión comenta que el deseo de venganza nace luego del asesinato de un indio pilagá por parte de un oficial, el que es arrestado y puesto en libertad a las pocas horas. Eso los irrita. A partir de allí, se ven impulsados por sus instintos ancestrales, y, habiendo hecho paz y alianza con sus enemigos tradicionales —los indios maká—, aprovechan su mayor fuerza para asaltar el fortín y, como es costumbre de todo malón, terminan matando a todos y robándose todo lo que quisieron. De esta manera, se reconocían causas comunes a todo malón que jalonó la historia de la lucha contra el indio.
En cambio, según testimonios de los mismos descendientes, el ataque se debe a la ruptura de la alianza entre el grupo maká y pilagá. Al retirarse hacia el Chaco Paraguayo, los maká toman por sorpresa el Fortín Yunká, devastándolo a manera de aplacar su furia.
Y la idea más generalizadora, que es común en todo caso, propone sencillamente que los indios quisieron reclamar su suelo, pero, profanado éste, al no pertenecerles ya el honor y agasajo de habitarlo, tomaron como paga y ofrenda a su sed de venganza, las vidas de unos cuantos desgraciados ladrones.
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* Otros autores pasan por alto este detalle y, en cambio, manifiestan que la ausencia de estos soldados se debía a que el día 19 habrían llevado a los bueyes a pastorear en un lugar muy apartado del Fortín.
CAPÍTULO SEGUNDO. El después y la búsqueda de los responsables
Auxilios y refuerzos
El 22 de marzo de 1919 se tuvo conocimiento en la ciudad de Formosa que el día anterior habían llegado a Comandante Fontana noticias del Fortín Yunká, de que había sido atacado por indios el día 19, dando muerte a varias personas. También se daba a conocer que el Teniente Primero Narciso del Valle había partido inmediatamente desde allí en dirección al puesto atacado, en compañía de ocho hombres, entre los cuales se hallaba el Sargento Primero Rodolfo Giménez. Más tarde se uniría, a dicha comisión, otra proveniente de Las Lomitas.
Noticia aparte, se supo que el día 21, luego del paso de Del Valle por Pegaldá, los indios asaltaron dicho puesto dos veces sin tener éxito, y retirándose finalmente a cierta distancia donde, se creía, preparaban refuerzos para un nuevo ataque.
El grupo al mando de Del Valle, llegó a Yunká el día 24 de marzo. Allí encuentran a las víctimas completamente desnudas y en posición de cúbito ventral; los cuerpos irreconocibles, en pleno proceso de descomposición y picados por las aves, resultan imposibles de identificar, siendo considerados aisladamente, y disponiéndose su entierro en una fosa común.
El día 25, el Capitán Enrique Gil Boy, quien estaba a cargo del Regimiento de Gendarmería de Línea en Formosa, parte en camino al lugar de los hechos, a bordo de un tren expreso que lo dejaría en Fontana y, al día siguiente, con refuerzos llegados desde Las Lomitas, marcharía a lomo de mula hacia el Fortín Yunká, donde llegó hacia finales del día 30 de marzo, habiendo cruzado caminos abiertos en el monte, intransitables, cubiertos de agua, vadeando riachos y esteros desbordados. En el trayecto pudo informarse, por boca de un corresponsal del diario «La Prensa», de algunos detalles complementarios a lo que ya conocía. Supo así que el cabo Waldino Almeyda, que llevaba correspondencia, llegó a Yunká en la noche del 19 y relató que más o menos ocho leguas antes encontró al cantinero, un tal Benítez, quien le informó que, estando allí, no había novedades; pero al aproximarse, el silencio y la oscuridad le anticiparon que algo grave había ocurrido; al penetrar en su rancho halló a dos de sus hijos golpeados, y, fuera de la casa, a tres mujeres y un niño degollados, siendo el niño y una de las mujeres, esposa e hijo. Ante esto, resolvió regresar a Fontana con quienes, supuso, eran los únicos sobrevivientes. Luego uno de los niños, el mayor, contó que el día del asalto un indio entró al rancho y, a cada uno —él y su hermano—, lo tomó de un pie, lo alzó y lo golpeó contra el suelo, mientras su madre conversaba con otras fuera del rancho.
Un día antes de la llegada a Yunká, Boy se enteraría, por medio de un chasque enviado desde Fontana, del arresto de los caciques Tesochi, Nela-Lagadik, Sarco y Taike, por orden del Teniente Primero Roberto Bravo, quien, a su vez, consideró útil a Nela-Lagadik como baqueano para guiar a las tropas de Boy. El cacique llegaría esa misma tarde custodiado por tres soldados; se ofreció a conducirlos, confesando ser un enemigo acérrimo de Garcete, a quien por entonces ya se atribuía el asalto; pero en las primeras horas del día 30 se escaparía, aprovechando una fuerte tormenta, lanzándose al río.
Finalmente, llegados a destino, comprueban la veracidad de lo informado. El Sargento Pascual Ramírez se encarga de relatarle el hallazgo: sólo animales con vida(1); en el patio del Sargento Leyes hallaron el cuerpo de su mujer; en la cuadra de la tropa, los de los soldados Franco y Maciel; junto a la puerta de la misma, el del soldado Vallejos; el de Morínigo y su esposa, en su rancho; el del Sargento Leyes y el del cabo Zalazar, decapitados ambos, en un aljibe; los restos de los hijos de Leyes, dentro de un pozo ciego; a éstos se agregaban los de las mujeres de Bustos y Almeyda, y el del hijo de éste último; sólo se hallaron las trenzas de la hija mayor de Leyes, de quien subsiste la leyenda de que fue llevada cautiva por los maká, de cuyo cacique, se decía, era esposa. Sin embargo, el informe médico del forense afirma que la niña habría sido presa en un primer momento, pero luego fue devuelta al fortín y, de la misma manera, degollada.
El 1° de abril reanudaron la marcha en dirección noroeste, ahora especialmente en persecución de los autores de la matanza, dejando en Yunká 15 hombres —con lo que los hombres ahora serían 45—, y avanzando con el mismo ritmo dificultoso. La meta final era Lacaldá, en el estero Patiño, donde se establecía la toldería de Garcete. A poco avanzar, se topan con rastros de fogones que delatarían la presencia de unos 250 indios, los que a su vez dejaron restos del pillaje, como frascos, ollas o botones que habían pertenecido al fortín.
El recorrido abarcó Codiquigalqui, Paralí, el Fortín Lagadik (hoy Fortín Lugones); se vieron en necesidad de cruzar el riacho Tala en una balsa de palmas secas; en el ínterin acabaron con todas su provisiones de alimento. Hacia el 4 de abril marcharon a China Satandí donde, habiendo perdido el rastro, y separados en comisiones, muere a mano de una de ellas —a cargo del cabo Méndez—, el cacique pilagá Chimagasogoy, cuya toldería asaltarían seguidamente en su afán de encontrar a los culpables de la masacre en Yunká, secuestrando un buen número de ganado.
Finalmente, el 5 de abril, alcanzaron la costa del estero Patiño, siguiendo al día siguiente con instrucciones de exploración, seguridad y preparación de armamentos. Después de varias patrullas exploradoras, el baqueano Juan Sico volvió anunciando haber encontrado el camino principal a Lacaldá. La orden es partir el 7 de abril, avanzando con precaución y el menor ruido posible. Esa misma madrugada se aproximaron a tal punto que no podían desplazarse ya sin ser vistos, por lo que Boy ordenó pie a tierra en línea de tiradores, quienes en abanico se abrieron en tres líneas escalonadas: cuerpo a tierra, rodilla en tierra y de pie. Apuntaron hacia un mismo objetivo y abrieron fuego sin obtener réplica. Avanzaron hasta la toldería, que había sido abandonada poco antes. Allí yacían muertos por las balas padre, madre y hermanos de Garcete.
Como esperaban, en los toldos hallaron varias pertenencias del ejército(2), y, como evidencia principal que convertía a los pilagá en responsables del ataque al Fortín Yunká, el mulo de carga con el sello 606, perteneciente a dicho fortín.
Cerca de las 10 de la mañana se retiraron para enviar una comisión por la tarde, para atacar la toldería en caso de que se hayan reunido nuevamente los indios. Como recurso de erradicación no definitiva pero valedera de esa amenaza salvaje, prenden fuego a los toldos, donde perecería abrasado un indiecito que dormía en una hamaca. Y, confiesan, aunque intentaron salvarlo de esa cruel muerte, la inmensidad de las llamas era tal que a cincuenta metros se tornaba insoportable, por lo que no pudieron hacer nada. Ramírez, ingenuamente comentaría que un inocente pagó con su vida el error de los mayores.
Con insatisfecha satisfacción emprenderían el retorno a Yunká al día siguiente. El intento por recuperar armas y ganado robados del fortín asaltado fue un fracaso; a partir de aquí se vislumbraría una versión de un ataque en dos actos al Fortín Yunká: la masacre a manos de los maká, quienes se llevaron ganado y armas, y el pillaje de los pilagá, que sólo cumplirían la función de saqueadores.
Tras un repetido largo camino arriban a Yunká el día 16. Para entonces el fortín había sido reconstruido en la margen derecha del arroyo Porteño. La noticia adicional señalaba la llegada desde Formosa de una nueva comisión el pasado 10 de abril, en la cual participaba el médico forense Irundo P. Costa, quien —con la finalidad de desarrollar el informe médico— procedió a exhumar los restos e inspeccionar minuciosamente el estado del fortín. En su informe describía la dificultad que tuvo en realizar la autopsia por el estado en que se encontraban los restos, confundidos por haber sido enterrados en la misma fosa y sin orden alguno; de esta manera, sólo pudo determinar algunos aspectos, como el color de la piel y el cabello, y, con ayuda de los legajos personales e informes de la tropa, pudo realizar una no muy segura tarea de identificación.
Asimismo, el minucioso estudio ocular de la construcción levó a Costa a desarrollar como conclusiones, entre otras: que el asalto fue realizado en dos tiempos, primero el asalto y luego el saqueo; que no hubo lucha, resultando asesinados todos in situ; que la separación de los ranchos y el aislamiento dieron a los indios la posibilidad de elegir el mejor medio de ataque; que la causa de su rebelión fue un modo de vengarse del sometimiento de los profanadores; que, producido el desastre, el saqueo fue su consecuencia; que los soldados resultaron víctimas de su confianza. Acompañó a lo dicho una descripción muy prolija de las condiciones en que halló cada parte del asentamiento.
Quedó en Yunká, como jefe accidental, el Sargento Primero Narciso del Valle, con una dotación de treinta y cinco soldados. El día 17, la comisión comandada por Boy retomó hacia Fontana, donde llegaron el 21 para hacer entrega de todo el ganado secuestrado. Finalmente, viajando en tren, alcanzaron Formosa, el día 22 de abril de 1919.
Caracteres de la búsqueda-represión
En aspectos generalizados, la persecución al mando del capitán Enrique Gil Boy fue presentada como violenta y sanguinaria, caracterizada por la incineración inmediata de cualquier toldería que fuese hallada, sin previa inspección. Esta forma de actuar encontraba su justificación en las condiciones execrables del territorio —calor agobiante, insectos molestos y la amenaza constante de víboras—, que aumentaba en los hombres la excitación y el ansia, movidos por el asesinato de sus compañeros y otra gente inocente, alimentando el deseo de atrapar a los culpables, no sólo en el jefe, sino, como sentimiento común, en todos los soldados de la comisión. Casi cegados por este sentimiento, soportaron largas jornadas de hambre, alegando que las vidas truncadas en Yunká clamaban justicia aleccionadora y había que continuar hasta el fin, aunque fuera sin racionamiento.
Para ellos el indio fue, es y será siempre el indio, un ser cobarde y ferozmente traidor cuando el número le favorecía, con el que no hay por qué mostrarse blandos. Esto ponía en evidencia la ubicuidad del interés por encontrar pruebas de la responsabilidad de los indios.
Identificando a los responsables, intentando causas
Una vez que algo malo nace, no se persigue sólo la forma de eliminarlo, sino también su raíz, para que no vuelva a producirse. Con esta razón, se dio, como principales responsables del ataque al Fortín Yunká y al levantamiento aborigen en general, a los capataces de los ingenios, quienes vendían armas a los indios que contrataban. Empero, esto valió de forma indirecta a la masacre, luego de haberse comprobado que el ataque se llevó a cabo con armas características de los nativos.
Otros consideran como desencadenante del hecho al episodio señalado en Comandante Fontana, donde la muerte de un pilagá, comentada líneas arriba, disgusta a Garcete, quien parte con la venganza sembrada en su ira y, guiado por su costumbre devastadora de malón, aprovecha la guarnición menos defendida de la cual tenía conocimiento —el Fortín Yunká— y allí descarga su bronca.
Pero la idea de atribuirle el hecho a Garcete se pone en duda al poco tiempo, al no encontrarse en su toldería armas, ganado ni monturas del saqueo. Como consecuencia, se traslada la responsabilidad a los maká, que encuentra sustento en una declaración del Sargento Ramírez: en 1930 recibe noticia de que en el Fortín Lugones un grupo de indios maká llegan armados con carabinas que llevaban impreso el escudo nacional argentino y, comparándose su numeración, se comprobó que eran las robadas en 1919 a Yunká.
Por este medio se desarrolla una tercera conclusión, que contempla la participación conjunta de aborígenes pilagá y maká en sociedad, llevándose una responsabilidad compartida. Y, partiendo de esta afirmación, nace la cuestión: si los aborígenes se consideraron afectados injustamente por el hombre en la represión, ¿por qué habrían dejado en la nada su denuncia contra los hombres? ¿acaso porque en realidad no eran inocentes? Pero esta suposición se anula a sí misma cuando se agrega, con razón, que los nativos no confiarían jamás su inocencia a los hombres.
Luego, el episodio de las armas del Ejército en manos de los maká no comprueba nada, pues pudieron haber llegado a sus manos por venta o trueque de quienes se quisieran deshacer de ellas o lucrar. Respalda su inocencia el haberse presentado ingenuamente en un puesto militar argentino portándolas.
La versión más lógica agrega —siguiendo la línea que delega en Garcete toda la responsabilidad— que el cacique pilagá se atrevió al ataque por encontrarse distante en un lugar que, supuso, no alcanzaría represión alguna.
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(1) No obstante, otros autores afirman que hasta los perros fueron degollados sin piedad.
(2) El capitán Boy hizo una lista de estos objetos, entre los que se nombraban: unos pares de calzados pertenecientes a Morínigo, a Vallejos y a las mujeres; cubiertos pertenecientes a Almeyda; prendas de los niños muertos; municiones y bolsas con yerba, maíz y tabaco de la cantina; pavas, hachas, ollas y medicamentos.
CAPÍTULO TERCERO. Otras anotaciones complementarias
Es un hecho manifiesto que las circunstancias y detalles de los hechos nunca fueron aclarados correctamente, y la esperanza de que lo sean es nula, porque sólo sobrevivieron dos criaturas como testigos que, por su corta edad, no estaban en condición de puntualizar con precisión lo acontecido, aunque quizá hubiesen presenciado muchas escenas importantes, el estupor de la sorpresa, el miedo, les llevó a olvidar voluntariamente buena parte de lo visto.
Su condición pudo deberse al azar y a la suerte, al ser abandonados creyéndose sin vida y a la oportuna llegada de su padre, justamente en el momento en que recuperaban el sentido.
Sobre ellos, un ejemplar del diario «Clarín» del año 1969 recuerda: Ambos niños fueron dejados bajo la tutela de la señora María Machutti. La niña, Erminda Enciso, viviría años más tarde en casa de un médico en Resistencia. El varón, Ramón Enciso, fue soldado voluntario del Regimiento de Gendarmería de Línea, pasando después a la Policía Provincial, pero no siguió en ninguna de las dos instituciones por problemas de conducta. Presenció, en mayo de 1935, la inauguración del monolito que el Ministerio de Guerra levantó en el lugar donde fueron enterradas las víctimas, recordando la memoria de los caídos —reemplazando una vieja cruz de quebracho que se había postrado en ese lugar como primer homenaje y que ahora se levanta en la sección «Leyes» en los cuarteles de la Gendarmería Nacional—. En dicho acto, Ramón Enciso montaba guardia sobre la cobertura de cemento que cubre la tumba colectiva de las víctimas. Desde entonces, hasta 1969 —que se ve como uno de los últimos intentos por reubicar a los protagonistas del suceso—, no se tuvo noticias de él, creyéndose que debía estar viviendo por el Chaco.
Y hasta la actualidad, el paradero de la historia real es desconocido. Así también, el paradero de sus protagonistas goza de la misma suerte.
CONCLUSIÓN
UNO. Buscando desde el principio apuntar los hechos más probables como posiblemente reales, podemos considerar, por causa del ataque, al asesinato de un pilagá —el cual se narró fugazmente como una opción— por manos injustas, que luego llevaría a sus congéneres descontrolados por la ira a buscar venganza por el camino más viable; entran en escena los maká, que, aliados hace tiempo con aquella tribu, resultan de provecho para concretar, sin muchos inconvenientes, dicha venganza. Hay factores secundarios pero también muy cruciales, como el descuido de los soldados, y la confianza tomada hacia los indios · Pero, ante esta exposición, nace de la nada una gran duda: ¿en verdad fueron los indios los responsables del asalto, o —considerando que así fuera— fueron por lo menos los responsables quienes recibieron la represión; cómo se llegó a determinar que los verdaderos culpables recibieron justo castigo? · Por otra parte, mencionadas represiones, que fueron llevadas con inmensa dedicación por los justicieros, merecen echarse en culpa por las injusticias que cometieron quemando tolderías, saqueando, matando, en fin, demostrando ser mucho peores que los culpables del ataque al Fortín Yunká: demostrando ser ellos mismos los culpables de la masacre.
DOS. Resulta algo extraño —y un poco engañoso, si así podemos llamarlo— establecer algún tipo de conclusión en torno a todo lo investigado. Quienes nos antecedieron —en sus estudios, búsquedas, indagaciones, entre tantos esfuerzos— intentaron, como nosotros, buscar un por qué a esta tragedia. Muy poco se obtuvo al final, y hoy nos toca, irremediablemente, aclarar cada por qué entre tantos, condensarlos y establecer un por qué más, otro definitivo para contar, depuración de una suposición de lo concreto para adaptarlo a una versión más relativa, más vaga y fugaz · Si bien la información con la que se cuenta no es tan reducida, es tan escasa por ser repetitiva, reproduciéndose datos en un lugar que citara a otro, más exacto, que a su vez se hubo basado en otro más extenso. Inevitablemente, nos ha tocado a nosotros ser parte de esta larga lista de compiladores, no en vano. Mientras más versiones existan, mientras más veces repitan la misma palabra, el eco se formará tan férreamente que retumbará en los oídos más lejanos, reclamando atención, recuperando su lugar. Por lo menos hemos intentado aquí multiplicar esta voz para rescatar, como se dijo en el principio, la historia moribunda de sus cenizas, el reanimarla y remarcarla tiene como fin arrancar del sopor de la ignorancia a quienes la ignoren. En fin, para atraer la atención desvalida y revalidarla en la realidad del pasado, para el presente y el futuro practicar · Las fechas resultan inexactas, los protagonistas en realidad nunca participaron, hay sobrevivientes muertos, hay muertos que nunca murieron, la confusión es repentina y no permite descanso. Se roba la incertidumbre de todos. Los hombres se matan unos a los otros, es decir, terminan suicidándose. No saben por qué. Se dan diferencias porque unos no saben por qué en su idioma, otros no saben por qué en su lengua y el resto no sabe por qué los demás no saben el porqué. Así es como todos nos enlazamos en la ineludible cleptómana confusión · La “verdadera verdad” fue robada por los responsables de este suceso —tanto los buenos como los malos—, y buscar ese tan deseado por qué sería redundar en la historia y en la fantasía, ya que no se tienen documentos claros y concisos de lo sucedido, por lo que las conclusiones finales se ven limitadas a deducciones libradas al juicio de cada uno de los hombres · Nos supera el afirmar que la verdad, en toda su razón, hasta el menor rastro de su esencia, yace agonizante en las reminiscencias de la historia del mundo.
Realizado con la colaboración de Daniel Izquierdo y Cristian Barrios.
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