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viernes, 23 de julio de 2010

El derrumbe de la utopía gestionaria

22-07-2010 /

José Natanson


El fin del péndulo cívico-militar y la restauración de la democracia como sistema político permanente produjeron efectos más profundos de lo que habitualmente se piensa. Un caso interesante es el de las fuerzas de la derecha. Desaparecido el atajo de la opción militar, los intereses (empresariales, económicos) y valores (estabilidad, propiedad privada, orden) que en el pasado se garantizaban tocando las puertas de los cuarteles se reorientaron a la arena electoral, donde hoy se definen este tipo de disputas, con un resultado que sería poco inteligente subestimar: el nacimiento de una derecha auténticamente democrática.

En su famoso Derecha e izquierda (Taurus), Norberto Bobbio explica que la diferencia esencial entre ambas corrientes ideológicas es la posición frente a la desigualdad: desde una visión centrada en el esfuerzo personal, cuyos orígenes remotos hay que rastrearlos en la ética protestante, la derecha acepta las diferencias sociales, es decir la desigualdad, como condición necesaria para el progreso de la sociedad, que avanzaría a través de la competencia (individual) entre sus integrantes, frente a una izquierda que sostiene que estas diferencias no son inevitables sino el producto de construcciones políticas, históricamente situadas, y que deben ser corregidas (básicamente a través del rol del Estado, que por lo tanto debe ser más fuerte).

Así, frente a una izquierda que tradicionalmente ha buscado a sus líderes en los movimientos colectivos (sindicatos, partidos, revoluciones, asambleas), la derecha recurre al mundo empresarial –paradigma del éxito individual en la sociedad contemporánea– como cantera de la que extraer a sus dirigentes más taquilleros.

Algunos ejemplos latinoamericanos ilustran esta situación: Ricardo Martinelli, actual presidente de Panamá y propietario de la cadena de supermercados Super 99, la más grande del país; Elías Saca, que antes de ser presidente de El Salvador era un poderoso empresario mediático, dueño de radios y canales de televisión; Sebastián Piñera, propietario de Lan, poseedor de una fortuna de 1.200 millones de dólares y recientemente elegido presidente de Chile, y Álvaro Noboa, el rey de los exportadores de banano y camarón, eterno segundo en las elecciones ecuatorianas.

El ascenso político de Mauricio Macri, como el de Francisco de Narváez, se enmarca en esta tendencia más amplia, cuyo modelo no es la vieja derecha franquista del Partido Popular español, ni la moderada y socialmente sensible centroderecha alemana ni el tradicional partido conservador británico, sino la nueva derecha italiana que desde hace un par de décadas lidera ruidosamente Silvio Berlusconi. Las coincidencias son notables: en Italia, como en la Argentina, el origen de esta nueva derecha se remonta a un colapso político y al estallido de una crisis de representación, por imperio de las cacerolas (acá) o de la investigación judicial de la Tangetopoli (allá). El resultado, en ambos casos, es una alianza entre negocios, política y deporte (Berlusconi es el dueño del Milan, Macri fue presidente de Boca, Piñera del Colo-Colo).

Desde el punto de vista de la ideología política, hay en estos dirigentes, como en el resto de los líderes de la derecha reciclada, una tensa combinación entre conservadurismo y liberalismo, que se refleja en sus seguidores: señalemos, por poner un ejemplo entre tantos, que algunos diputados del Pro, como Paula Bertol, Lidia “Pinky” Satragno y Laura Alonso, votaron a favor del matrimonio igualitario, en franca oposición a la pata más conservadora, referenciada en Federico Pinedo y en dirigentes porteños ultraconservadores como Santiago de Estrada. Un mix que implica una relación cercana con la Iglesia (Macri suele reunirse con Bergoglio, y Berlusconi acompañó a los obispos italianos en su resistencia a la despenalización de la eutanasia), pero también una libertad muy moderna –y en el caso del italiano muy vistosa– en la vida privada.

La flexibilidad parece ser la clave. Macri, como Berlusconi, es un empresario y no un economista superdogmático, como fueron sus antecesores Álvaro Alsogaray, Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy. Quizá por eso, porque proviene del pragmático mundo de los negocios y no de las cátedras de economía (en sus propias palabras, del mundo de la acción y los hechos y no del mundo de los discursos), se permite libertades que sus predecesores hubieran interpretado como sacrilegios filocomunistas: en su campaña electoral, Macri habló de recuperar el rol del Estado, del valor de la educación para todos, de la necesidad de inversiones en obra pública.

Por supuesto, con esto no quiero decir que Macri crea en estas ideas, y mucho menos que las haya puesto en práctica, sino simplemente que está dispuesto a utilizarlas como recurso electoral, lo que de todos modos es un indicador de la versatilidad de la nueva derecha.

Esta amalgama ideológicamente confusa y programáticamente impracticable explica el ascenso del actual jefe de gobierno, cuya estrategia política giró siempre alrededor de una sola idea básica: la eficiencia. En efecto, todo el dispositivo discursivo macrista se construyó en torno a su supuesta capacidad para gestionar de manera eficiente, decidida y sin distracciones ideológicas estériles, para lo cual contaría con la experiencia del sector privado (emprendedor exitoso) y deportivo (Boca campeón), como contracara de la presunta ineficiencia de los gobiernos anteriores, que se asociaba a la incapacidad congénita de la izquierda para gobernar.

Pero como Macri es un interpretador y no un creador de tendencias ideológicas, subrayemos que el mito de que la derecha sabe gobernar mejor que la izquierda tiene su explicación, sobre todo si se considera el ciclo de inestabilidad política de fines de los ’80/principios de los ’90, que jaqueó –y en algunos casos derrumbó– a la primera ola de gobiernos democráticos pre neoliberales (los Alfonsín, los Sarney, los Alan García). Esta realidad, sin embargo, ha cambiado, y quizás uno de los grandes aportes de la nueva izquierda latinoamericana sea la demostración de que puede gestionar igual o mejor que la derecha, sin desembocar en el caos y asegurando la gobernabilidad económica.

Mala semana para Macri. El caso de las escuchas ilegales se suma a otros derrapes de su gobierno, desde la designación de Abel Posse en el Ministerio de Educación hasta los problemas en los hospitales. Sin profundizar en los aspectos más oscuros de la gestión, como la unidad especial dedicada a desalojar indigentes, digamos que parece ya evidente que el supuesto salto de calidad en la gestión no se ha producido. El fallo de la Cámara Federal subraya la desafortunada suerte de la Policía Metropolitana, la única en el mundo que sufrió tres descabezamientos antes de salir a la calle, y termina de derrumbar, por si hacía falta, el gran eje de la estrategia macrista: la utopía gestionaria.

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