29-09-2010 /
El catastrófico ataque montonero al regimiento 29 de Formosa, el 5 de octubre del ’75, no fue la razón del derrocamiento de Isabel Perón, como afirma el último libro de Ceferino Reato, periodista de Perfil. La conspiración había sido decidida un mes antes por el Ejército, y aquí te contamos cómo y por qué.
Por Camilo Ratti
–General Videla, ¿cuándo es que el Ejército dice basta?
–Cuando yo asumo como comandante.
–¿Agosto del ’75?
–Exactamente, yo como comandante, mis compañeros como comandantes de cuerpo y demás, comenzamos a conversar cada uno con sus amigos civiles, como para ir conformando algunas ideas por lo que iba a venir, porque se iba a venir. Algunos, sin conocernos, teníamos los mismos referentes, pero era medio así un trabajo en la sombras… del Ejército. De las otras fuerzas no se sabía nada de nada.
El testimonio del ex presidente de facto y ex general Videla, relatado al autor de esta nota para una biografía sobre Luciano Benjamín Menéndez próxima a aparecer, es contundente. “Lo que se iba a venir, porque se iba a venir” y las “conversaciones con los civiles”, que Videla confiesa en su departamento de la avenida Cabildo en noviembre del 2007, no eran otra cosa que el golpe de Estado que siete meses después las Fuerzas Armadas ejecutaron con precisión de relojería contra Isabel Perón.
La confesión de uno de los líderes del Proceso no sólo echa luz sobre el origen del hecho más nefasto de la historia argentina, sino que liquida la hipótesis que Ceferino Reato, periodista estrella de la Editorial Perfil, plantea –y no sin ingenuidad–, en su última investigación Operación Primicia: que el 24 de marzo de 1976 es la consecuencia directa del ataque montonero al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa, el 5 de octubre de 1975 (ver recuadro). Decisión que según Reato adoptaron Videla, jefe del Ejército, y Massera, líder de la Armada, en una reunión que mantuvieron el 17 de octubre de ese año en un lanchón del Tigre con el entonces titular de la Aeronáutica, Héctor Fautario, quien se negó a ser parte de la movida destituyente que su reemplazante Agosti sí aceptaría en diciembre, cuando quedó al frente de la fuerza.
Sin embargo, aunque es posible que esa reunión haya sellado el compromiso de la Marina en sumarse a lo que Viola bautizaría la “Operación Aries”, la opción de interrumpir un gobierno institucionalmente desquiciado, sumido en una profunda crisis política y económica, era una salida que varios jefes del Ejército empezaron a imaginar y a discutir luego del “Rodrigazo”, cuando las impresionantes movilizaciones populares de julio del ’75 convencieron a los generales de poner punto final al gobierno de la viuda de Perón.
El primer capítulo de lo que hasta el momento se había discutido en ámbitos reservados y secretos ocurrió el 28 de agosto de ese año, cuando Videla reemplazó como comandante en jefe al teniente general Alberto Numa Laplane, destronado por un golpe palaciego porque se negaba a poner en marcha lo que la mayoría de sus camaradas propiciaba: la represión ilegal para combatir a la “subversión”. Un término que incluía a las organizaciones revolucionarias de Montoneros y PRT/ERP, pero también, y principalmente, a otros actores políticos y sociales que conformaban la poderosa organización popular que la Argentina todavía conservaba a mitad de la década del ’70, inclusive a pesar del temible accionar paraestatal de la Triple A.
Videla presidente. “El golpe militar se va a dar a mediados de marzo de 1976, cuando terminen las licencias de la oficialidad en las Fuerzas Armadas”, le dijo Mario Roberto Santucho a Raúl Alfonsín, en un diálogo que ambos mantuvieron en septiembre del ’75, y que forma parte del libro La Voluntad. En un país a la deriva, los políticos de izquierda o centroizquierda que no apoyaban la lucha armada para llegar al poder, discutían con las organizaciones revolucionarias distintas alternativas para detener la movida castrense y salir del atolladero institucional.
Sentados en un sillón de cuerina de una casona del Gran Buenos Aires, “Roby” y el líder del movimiento Renovación y Cambio de la UCR intercambiaron opiniones sobre cómo afrontar la violenta realidad argentina. El PRT/ERP proponía una asamblea constituyente como primera medida, y adelantar las elecciones generales de 1977 para 1976, como también propiciaban los Montoneros a través del Partido Auténtico, el instrumento legal que fundaron con otras ramas de la Tendencia para participar de la vía electoral (ver recuadro). Alfonsín era el heredero natural de los ideales revolucionarios de 1890, y entendía a la guerrilla como la reacción de una generación que había crecido en el autoritarismo político, entre contubernios propiciados por sectores de su partido y los militares, a los cuales también se plegaba casi siempre la burocracia sindical peronista.
Después de explayarse sobre su propuesta de alto el fuego y la “unión de todo el campo popular para frenar el golpe”, Santucho le confirmó a Alfonsín que el quiebre institucional estaba en marcha. Según La Voluntad, la exactitud de la fecha había llegado al PRT/ERP vía Rafael Perrota, director del diario El Cronista Comercial, quien en un cóctel de la alta sociedad porteña quedó estupefacto cuando escuchó la versión en boca de Raquel Hartridge, esposa del general Videla. Las señoras de los generales no podían disimular la indignación que les había provocado ver a Isabel Perón disfrazada de militar cuando visitó Tucumán, a fines de abril, y aprovecharon el vernissage para hacer públicos sus sentimientos: “Semejante payasada se va a terminar cuando mi marido sea presidente”, dijo muy suelta de cuerpo la mujer de Videla al resto de las presentes entre copas de champagne y bocaditos.
Al mismo tiempo que Alfonsín y Santucho analizaban la compleja situación nacional, el Edificio Libertador, sede del Ejército, era el epicentro de todas las conspiraciones militares en marcha. La telaraña de la futura patria neoliberal, occidental y cristiana se tejía con absoluto sigilo en diagonal a la Casa Rosada, símbolo del poder político. Como el mismo Videla confiesa al principio de esta nota, entre fines de agosto y principios de septiembre, él, Menéndez y el resto de sus camaradas se pusieron en contacto con distintos grupos civiles para iniciar el “trabajo en las sombras”. Y si bien dichas conversaciones eran todavía patrimonio del Ejército, el almirante Emilio Eduardo Massera hacía meses que venía haciendo lo propio con dirigentes políticos y sindicales amigos, aunque su principal contacto era Lorenzo Miguel, el piloto del avión sin rumbo que era la Argentina de entonces.
Engranaje clave de ese monumental aparato estatal que se aprestaba a nacionalizar la “guerra antisubversiva” que desde febrero el Ejército aplicaba en Tucumán, el general Fernando Humberto Santiago, que en 1977 sería segundo de Menéndez en el III Cuerpo, contó para el futuro libro de su amigo la reunión que en septiembre del ’75 selló los destinos nacionales de los próximos siete años, echando por tierra los deseos de Reato y Perfil: “En un encuentro secreto de todos los generales en Buenos Aires, Videla blanqueó la situación y, algo preocupado por cómo se sucedían los hechos, nos dijo: ‘Toda mi vida me preparé para ser comandante en jefe del Ejército, pero no para ser presidente’”. Ante la intranquilidad de quien era el líder visible de la movida destituyente, el generalato en pleno disipó todas sus dudas: “Nosotros, los generales, para calmarlo, le dijimos a Videla que no se preocupara por el tema de la gestión pública, porque íbamos a rodearlo de gente capaz, que se había formado para hacer política. Ahí, en esa reunión del generalato, le propusimos que el general Ramón Genaro Díaz Bessone, que había asumido como comandante del II Cuerpo de Ejército, estuviera al frente de un equipo político, porque Díaz Bessone sí se había formado en política”.
–¿Eso que usted cuenta, general, que discutieron en septiembre del ’75 con todos sus camaradas de rodearlo a Videla, era lo que después terminó siendo el Ministerio de Planificación?
–Claro, exacto –dijo Santiago un friísimo día de julio del 2007.
–¿Díaz Bessone era una persona formada intelectualmente?
–El más formado de todos, le llevaba varios cuerpos a cualquiera de los otros –contestó quien no oculta su admiración por uno de los cerebros de la “guerra antisubversiva” en la Argentina.
–¿Estaba el general Menéndez en esa reunión del generalato que usted menciona?
–Sí, sí, claro, estábamos todos los generales del Ejército.
Faltaban todavía seis meses para el 24 de marzo y como reconocen Videla y Santiago, las principales espadas del Ejército, que incluía a Menéndez, Viola, Suárez Mason, Díaz Bessone, Riveros, Villareal y algunos otros generales de menor influencia, ya habían iniciado las “conversaciones con sus amigos civiles” para diseñar el proyecto político. Es decir, en la cúpula de la fuerza, la decisión de dar el golpe estaba consensuada. Sólo era cuestión de tiempo. Para ese grupo de generales, a los que desde octubre y noviembre se sumarían almirantes y brigadieres, mientras más se resquebrajara el orden civil, mejor. Mientras más anarquía hubiera en el país, mejor. Mientras más violencia guerrillera, mejor. Ellos sólo debían preparar el plan y elegir el momento adecuado para asaltar el poder del Estado y “llenar el vacío de poder”, como dijo Videla en la entrevista. Descontaban que cuando el barco estuviera totalmente a la deriva, sin otro destino que el naufragio seguro, la sociedad y los líderes políticos de la oposición llegarían de rodillas a suplicarles su intervención. Así había sido siempre en la Argentina. No se equivocaron.
El catastrófico ataque montonero al regimiento 29 de Formosa, el 5 de octubre del ’75, no fue la razón del derrocamiento de Isabel Perón, como afirma el último libro de Ceferino Reato, periodista de Perfil. La conspiración había sido decidida un mes antes por el Ejército, y aquí te contamos cómo y por qué.
Por Camilo Ratti
–General Videla, ¿cuándo es que el Ejército dice basta?
–Cuando yo asumo como comandante.
–¿Agosto del ’75?
–Exactamente, yo como comandante, mis compañeros como comandantes de cuerpo y demás, comenzamos a conversar cada uno con sus amigos civiles, como para ir conformando algunas ideas por lo que iba a venir, porque se iba a venir. Algunos, sin conocernos, teníamos los mismos referentes, pero era medio así un trabajo en la sombras… del Ejército. De las otras fuerzas no se sabía nada de nada.
El testimonio del ex presidente de facto y ex general Videla, relatado al autor de esta nota para una biografía sobre Luciano Benjamín Menéndez próxima a aparecer, es contundente. “Lo que se iba a venir, porque se iba a venir” y las “conversaciones con los civiles”, que Videla confiesa en su departamento de la avenida Cabildo en noviembre del 2007, no eran otra cosa que el golpe de Estado que siete meses después las Fuerzas Armadas ejecutaron con precisión de relojería contra Isabel Perón.
La confesión de uno de los líderes del Proceso no sólo echa luz sobre el origen del hecho más nefasto de la historia argentina, sino que liquida la hipótesis que Ceferino Reato, periodista estrella de la Editorial Perfil, plantea –y no sin ingenuidad–, en su última investigación Operación Primicia: que el 24 de marzo de 1976 es la consecuencia directa del ataque montonero al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa, el 5 de octubre de 1975 (ver recuadro). Decisión que según Reato adoptaron Videla, jefe del Ejército, y Massera, líder de la Armada, en una reunión que mantuvieron el 17 de octubre de ese año en un lanchón del Tigre con el entonces titular de la Aeronáutica, Héctor Fautario, quien se negó a ser parte de la movida destituyente que su reemplazante Agosti sí aceptaría en diciembre, cuando quedó al frente de la fuerza.
Sin embargo, aunque es posible que esa reunión haya sellado el compromiso de la Marina en sumarse a lo que Viola bautizaría la “Operación Aries”, la opción de interrumpir un gobierno institucionalmente desquiciado, sumido en una profunda crisis política y económica, era una salida que varios jefes del Ejército empezaron a imaginar y a discutir luego del “Rodrigazo”, cuando las impresionantes movilizaciones populares de julio del ’75 convencieron a los generales de poner punto final al gobierno de la viuda de Perón.
El primer capítulo de lo que hasta el momento se había discutido en ámbitos reservados y secretos ocurrió el 28 de agosto de ese año, cuando Videla reemplazó como comandante en jefe al teniente general Alberto Numa Laplane, destronado por un golpe palaciego porque se negaba a poner en marcha lo que la mayoría de sus camaradas propiciaba: la represión ilegal para combatir a la “subversión”. Un término que incluía a las organizaciones revolucionarias de Montoneros y PRT/ERP, pero también, y principalmente, a otros actores políticos y sociales que conformaban la poderosa organización popular que la Argentina todavía conservaba a mitad de la década del ’70, inclusive a pesar del temible accionar paraestatal de la Triple A.
Videla presidente. “El golpe militar se va a dar a mediados de marzo de 1976, cuando terminen las licencias de la oficialidad en las Fuerzas Armadas”, le dijo Mario Roberto Santucho a Raúl Alfonsín, en un diálogo que ambos mantuvieron en septiembre del ’75, y que forma parte del libro La Voluntad. En un país a la deriva, los políticos de izquierda o centroizquierda que no apoyaban la lucha armada para llegar al poder, discutían con las organizaciones revolucionarias distintas alternativas para detener la movida castrense y salir del atolladero institucional.
Sentados en un sillón de cuerina de una casona del Gran Buenos Aires, “Roby” y el líder del movimiento Renovación y Cambio de la UCR intercambiaron opiniones sobre cómo afrontar la violenta realidad argentina. El PRT/ERP proponía una asamblea constituyente como primera medida, y adelantar las elecciones generales de 1977 para 1976, como también propiciaban los Montoneros a través del Partido Auténtico, el instrumento legal que fundaron con otras ramas de la Tendencia para participar de la vía electoral (ver recuadro). Alfonsín era el heredero natural de los ideales revolucionarios de 1890, y entendía a la guerrilla como la reacción de una generación que había crecido en el autoritarismo político, entre contubernios propiciados por sectores de su partido y los militares, a los cuales también se plegaba casi siempre la burocracia sindical peronista.
Después de explayarse sobre su propuesta de alto el fuego y la “unión de todo el campo popular para frenar el golpe”, Santucho le confirmó a Alfonsín que el quiebre institucional estaba en marcha. Según La Voluntad, la exactitud de la fecha había llegado al PRT/ERP vía Rafael Perrota, director del diario El Cronista Comercial, quien en un cóctel de la alta sociedad porteña quedó estupefacto cuando escuchó la versión en boca de Raquel Hartridge, esposa del general Videla. Las señoras de los generales no podían disimular la indignación que les había provocado ver a Isabel Perón disfrazada de militar cuando visitó Tucumán, a fines de abril, y aprovecharon el vernissage para hacer públicos sus sentimientos: “Semejante payasada se va a terminar cuando mi marido sea presidente”, dijo muy suelta de cuerpo la mujer de Videla al resto de las presentes entre copas de champagne y bocaditos.
Al mismo tiempo que Alfonsín y Santucho analizaban la compleja situación nacional, el Edificio Libertador, sede del Ejército, era el epicentro de todas las conspiraciones militares en marcha. La telaraña de la futura patria neoliberal, occidental y cristiana se tejía con absoluto sigilo en diagonal a la Casa Rosada, símbolo del poder político. Como el mismo Videla confiesa al principio de esta nota, entre fines de agosto y principios de septiembre, él, Menéndez y el resto de sus camaradas se pusieron en contacto con distintos grupos civiles para iniciar el “trabajo en las sombras”. Y si bien dichas conversaciones eran todavía patrimonio del Ejército, el almirante Emilio Eduardo Massera hacía meses que venía haciendo lo propio con dirigentes políticos y sindicales amigos, aunque su principal contacto era Lorenzo Miguel, el piloto del avión sin rumbo que era la Argentina de entonces.
Engranaje clave de ese monumental aparato estatal que se aprestaba a nacionalizar la “guerra antisubversiva” que desde febrero el Ejército aplicaba en Tucumán, el general Fernando Humberto Santiago, que en 1977 sería segundo de Menéndez en el III Cuerpo, contó para el futuro libro de su amigo la reunión que en septiembre del ’75 selló los destinos nacionales de los próximos siete años, echando por tierra los deseos de Reato y Perfil: “En un encuentro secreto de todos los generales en Buenos Aires, Videla blanqueó la situación y, algo preocupado por cómo se sucedían los hechos, nos dijo: ‘Toda mi vida me preparé para ser comandante en jefe del Ejército, pero no para ser presidente’”. Ante la intranquilidad de quien era el líder visible de la movida destituyente, el generalato en pleno disipó todas sus dudas: “Nosotros, los generales, para calmarlo, le dijimos a Videla que no se preocupara por el tema de la gestión pública, porque íbamos a rodearlo de gente capaz, que se había formado para hacer política. Ahí, en esa reunión del generalato, le propusimos que el general Ramón Genaro Díaz Bessone, que había asumido como comandante del II Cuerpo de Ejército, estuviera al frente de un equipo político, porque Díaz Bessone sí se había formado en política”.
–¿Eso que usted cuenta, general, que discutieron en septiembre del ’75 con todos sus camaradas de rodearlo a Videla, era lo que después terminó siendo el Ministerio de Planificación?
–Claro, exacto –dijo Santiago un friísimo día de julio del 2007.
–¿Díaz Bessone era una persona formada intelectualmente?
–El más formado de todos, le llevaba varios cuerpos a cualquiera de los otros –contestó quien no oculta su admiración por uno de los cerebros de la “guerra antisubversiva” en la Argentina.
–¿Estaba el general Menéndez en esa reunión del generalato que usted menciona?
–Sí, sí, claro, estábamos todos los generales del Ejército.
Faltaban todavía seis meses para el 24 de marzo y como reconocen Videla y Santiago, las principales espadas del Ejército, que incluía a Menéndez, Viola, Suárez Mason, Díaz Bessone, Riveros, Villareal y algunos otros generales de menor influencia, ya habían iniciado las “conversaciones con sus amigos civiles” para diseñar el proyecto político. Es decir, en la cúpula de la fuerza, la decisión de dar el golpe estaba consensuada. Sólo era cuestión de tiempo. Para ese grupo de generales, a los que desde octubre y noviembre se sumarían almirantes y brigadieres, mientras más se resquebrajara el orden civil, mejor. Mientras más anarquía hubiera en el país, mejor. Mientras más violencia guerrillera, mejor. Ellos sólo debían preparar el plan y elegir el momento adecuado para asaltar el poder del Estado y “llenar el vacío de poder”, como dijo Videla en la entrevista. Descontaban que cuando el barco estuviera totalmente a la deriva, sin otro destino que el naufragio seguro, la sociedad y los líderes políticos de la oposición llegarían de rodillas a suplicarles su intervención. Así había sido siempre en la Argentina. No se equivocaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario