Que en las elecciones internas del domingo 13 la conducción nacional del Partido Socialista haya apelado a los recursos a los que apeló es un signo de los tiempos. Y un sinceramiento ideológico. En efecto, la dirección que ha llevado a nuestra fuerza a las posiciones más conservadoras que haya adoptado desde las épocas de la Revolución Libertadora, de infeliz memoria, ha desplegado también la metodología del fraude y los gestos del autoritarismo, tan inseparables de la historia de la derecha en la Argentina.
La corriente Unidad Socialista, de la que fui candidato en los comicios, ha rechazado abiertamente esas políticas conservadoras: la oposición acrítica a los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández –cuyas medidas populares y progresistas hemos respaldado–, el alineamiento con los rentistas agrarios en el conflicto por las retenciones a la exportación de soja, la alianza con expresiones políticas reaccionarias y hasta confesionales, todo con el pretexto de un presunto republicanismo, defensor de la pureza institucional. El aludido proceso electoral partidario exime de todo comentario acerca de la falsedad de ese argumento.
Los socialistas argentinos, que podemos reivindicar una rica historia de luchas como expresión política de la clase trabajadora desde fines del siglo XIX, y que solemos mirarnos en el espejo de militantes que forman parte de la mejor historia del progreso social en este país, también reconocemos gruesos errores. En 1945, la dirección del Partido eligió formar parte de una coalición conservadora fogoneada por la Embajada de los Estados Unidos y enfrentar de esa manera al movimiento peronista, en el que veía un monstruo fascista.
Había por cierto en ese movimiento rasgos que justificaban la crítica desde la izquierda democrática. Pero en el enfrentamiento de fondo que se producía, los socialistas deberíamos haber apoyado a ese movimiento, con autonomía respecto del poder y con responsabilidad frente a los intereses históricos de la clase. Nunca debimos aliarnos con las clases privilegiadas, interesadas en frenar las conquistas sociales que se produjeron en aluvión durante una década. En ese período se abrió una grieta que ha permanecido casi insalvable entre la izquierda de raíz marxista y la tradición nacional y popular, grieta que ha servido entre otras cosas para dividir al campo popular en múltiples encrucijadas históricas del siglo XX.
Tenemos la obligación y la necesidad de revisar esa historia. La llegada al gobierno de Néstor Kirchner, en 2003, no fue comprendida a fondo por nosotros, por lo que mantuvimos la posición opositora a la que nos llevaba nuestra casi innata desconfianza respecto del peronismo. Pero tuvimos que rendirnos ante la evidencia de que, aun cuando mantuviéramos diferencias de diverso orden, las políticas públicas adoptadas por el nuevo presidente eran en gran medida coincidentes con nuestros programas mínimos. Y que en la vereda opuesta a ese gobierno se concentraban y se unían los defensores de los más reaccionarios intereses de la sociedad argentina.
Esa polarización entre dos grandes bloques políticos que en el lenguaje contemporáneo se llaman de centroizquierda y de centroderecha se dibujó con mayor nitidez aún desde que asumió el gobierno Cristina Fernández. Era necesario elegir, para dejar de ser comentaristas privilegiados de la historia contemporánea, para ser actores políticos comprometidos con la sociedad real.
Los socialistas bonaerenses elegimos sumarnos como aliados al proyecto democrático y popular, preservando nuestra autonomía. La conducción de nuestra fuerza, encarnada en Rubén Giustiniani y Hermes Binner, prefirió alejar al Partido de la defensa de los intereses de la clase trabajadora. Y también impedir el debate, el disenso, la discusión política que tan importantes han sido en la historia del socialismo. Intervinieron nuestro Partido en la provincia de Buenos Aires. Pretendieron quitarnos la palabra. Y el domingo pasado, nos quitaron el derecho al voto. Quieren un socialismo atado a los intereses de los enemigos de los trabajadores. Queremos un socialismo que discuta y trabaje con las fuerzas populares y democráticas, procedentes de diversas tradiciones ideológicas, que respalde las reformas progresivas, que critique sin concesiones los desvíos y los retrocesos. Ya hemos instalado nuestra línea como oposición interna en todo el país, a pesar del fraude. Vamos a seguir dando la pelea.
* Diputado nacional - Dirigente del Partido Socialista.
La corriente Unidad Socialista, de la que fui candidato en los comicios, ha rechazado abiertamente esas políticas conservadoras: la oposición acrítica a los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández –cuyas medidas populares y progresistas hemos respaldado–, el alineamiento con los rentistas agrarios en el conflicto por las retenciones a la exportación de soja, la alianza con expresiones políticas reaccionarias y hasta confesionales, todo con el pretexto de un presunto republicanismo, defensor de la pureza institucional. El aludido proceso electoral partidario exime de todo comentario acerca de la falsedad de ese argumento.
Los socialistas argentinos, que podemos reivindicar una rica historia de luchas como expresión política de la clase trabajadora desde fines del siglo XIX, y que solemos mirarnos en el espejo de militantes que forman parte de la mejor historia del progreso social en este país, también reconocemos gruesos errores. En 1945, la dirección del Partido eligió formar parte de una coalición conservadora fogoneada por la Embajada de los Estados Unidos y enfrentar de esa manera al movimiento peronista, en el que veía un monstruo fascista.
Había por cierto en ese movimiento rasgos que justificaban la crítica desde la izquierda democrática. Pero en el enfrentamiento de fondo que se producía, los socialistas deberíamos haber apoyado a ese movimiento, con autonomía respecto del poder y con responsabilidad frente a los intereses históricos de la clase. Nunca debimos aliarnos con las clases privilegiadas, interesadas en frenar las conquistas sociales que se produjeron en aluvión durante una década. En ese período se abrió una grieta que ha permanecido casi insalvable entre la izquierda de raíz marxista y la tradición nacional y popular, grieta que ha servido entre otras cosas para dividir al campo popular en múltiples encrucijadas históricas del siglo XX.
Tenemos la obligación y la necesidad de revisar esa historia. La llegada al gobierno de Néstor Kirchner, en 2003, no fue comprendida a fondo por nosotros, por lo que mantuvimos la posición opositora a la que nos llevaba nuestra casi innata desconfianza respecto del peronismo. Pero tuvimos que rendirnos ante la evidencia de que, aun cuando mantuviéramos diferencias de diverso orden, las políticas públicas adoptadas por el nuevo presidente eran en gran medida coincidentes con nuestros programas mínimos. Y que en la vereda opuesta a ese gobierno se concentraban y se unían los defensores de los más reaccionarios intereses de la sociedad argentina.
Esa polarización entre dos grandes bloques políticos que en el lenguaje contemporáneo se llaman de centroizquierda y de centroderecha se dibujó con mayor nitidez aún desde que asumió el gobierno Cristina Fernández. Era necesario elegir, para dejar de ser comentaristas privilegiados de la historia contemporánea, para ser actores políticos comprometidos con la sociedad real.
Los socialistas bonaerenses elegimos sumarnos como aliados al proyecto democrático y popular, preservando nuestra autonomía. La conducción de nuestra fuerza, encarnada en Rubén Giustiniani y Hermes Binner, prefirió alejar al Partido de la defensa de los intereses de la clase trabajadora. Y también impedir el debate, el disenso, la discusión política que tan importantes han sido en la historia del socialismo. Intervinieron nuestro Partido en la provincia de Buenos Aires. Pretendieron quitarnos la palabra. Y el domingo pasado, nos quitaron el derecho al voto. Quieren un socialismo atado a los intereses de los enemigos de los trabajadores. Queremos un socialismo que discuta y trabaje con las fuerzas populares y democráticas, procedentes de diversas tradiciones ideológicas, que respalde las reformas progresivas, que critique sin concesiones los desvíos y los retrocesos. Ya hemos instalado nuestra línea como oposición interna en todo el país, a pesar del fraude. Vamos a seguir dando la pelea.
* Diputado nacional - Dirigente del Partido Socialista.
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